14 de abril de 2013

III DOMINGO DE PASCUA. Ciclo C.



Santos: Máximo, Tiburcio y Valerio de Roma, mártires; Liduvina o Ludivina de Shiedam, laica. Beato Pedro González San Telmo, presbítero. (Blanco)

TÚ SABES QUE TE QUIERO
Hch 5, 27-32. 40-41; Ap 5, 11-14; Jn 21, 1-19
La figura de Pedro reaparece tanto en el relato evangélico como en la narración del libro de los Hechos de los Apóstoles aunque en el cierre del cuarto Evangelio, queda un tanto desautorizada su figura. El triple interrogante evoca indudablemente su triple negación. Si la pasión de Jesús exhibió la fragilidad de la condición humana del pescador de Betsaida, también hizo patente la compasión y la acogida del Señor Jesús. Reanimado por esa mano tendida, Pedro recomenzó su servicio como testigo del resucitado, luchando ya no con las tempestades del lago de Galilea, sino contra las amenazas, la cárcel y la intimidación de parte del Sanedrín. El que había flaqueado en la noche pascual, negando a su Maestro, estaba ahora lleno de entereza. El encuentro vivo con el Señor resucitado le había enseñado a discernir y obedecer el camino de la fidelidad, en medio de la prueba.

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 65, 1-2)
Aclamen al Señor, habitantes todos de la tierra, canten un himno a su nombre, denle gracias y alábenlo. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA
Señor, tú que nos has renovado en el espíritu al devolvernos la dignidad de hijos tuyos, concédenos aguardar, llenos de júbilo y esperanza, el día glorioso de la resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo.

Del libro de los Hechos de los apóstoles: 5, 27-32. 40-41

En aquellos días, el sumo sacerdote reprendió a los apóstoles y les dijo: "Les hemos prohibido enseñar en nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalén con sus enseñanzas y quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre".

Pedro y los otros apóstoles replicaron: "Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho Jefe y Salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen".

Los miembros del sanedrín mandaron azotar a los apóstoles, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Ellos se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús. 
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Comentario:
La lectura de los Hechos de los Apóstoles recoge el momento crítico de la segunda intervención formal del Sanedrín (supremo consejo del pueblo judío) para controlar o impedir la predicación de los apóstoles. Éstos afirman, a precio de sangre y oprobio, su inquebrantable obediencia a una Misión divina, que los hace superiores a cualquier sanedrín. Jesús y su Evangelio son la última oferta salvadora y liberadora de Dios. Hoy, como ayer, se producen situaciones de conflicto entre el Evangelio y otras instancias, y los discípulos de Jesús somos invitados a adoptar la posición de los apóstoles. El Evangelio no se contrapone ni destruye ningún proyecto que fomente la verdadera humanización de las personas; todo lo contrario, la favorece. Jesús ofrece la única liberación definitiva que hace al hombre verdaderamente libre y sinceramente feliz.



Del salmo 29 R/. Te alabaré, Señor, eternamente. Aleluya.

Te alabaré, Señor, pues no dejaste que se rieran de mí mis enemigos. Tú, Señor, me salvaste de la muerte y a punto de morir, me reviviste. R/.

Alaben al Señor quienes lo aman, den gracias a su nombre, porque su ira dura un solo instante y su bondad, toda la vida. El llanto nos visita por la tarde; por la mañana, el júbilo. R/.
Escúchame, Señor, y compadécete; Señor, ven en mi ayuda. Convertiste mi duelo en alegría, te alabaré por eso eternamente. R/.




Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza.


Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 5, 11-14

Yo, Juan, tuve una visión, en la cual oí alrededor del trono de los vivientes y los ancianos, la voz de millones y millones de ángeles, que cantaban con voz potente:

"Digno es el Cordero, que fue inmolado, de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría y la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza".

Oí a todas las creaturas que hay en el cielo, en la tierra, debajo de la tierra y en el mar —todo cuanto existe—, que decían:
"Al que está sentado en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos". Y los cuatro vivientes respondían: "Amén". Los veinticuatro ancianos se postraron en tierra y adoraron al que vive por los siglos de los siglos.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Comentario:
En la segunda lectura del Apocalipsis, leemos las últimas líneas de una contemplación teológica del Universo. Como en una “ekklesía” infinita, armónicamente estructurada en círculos concéntricos, todos y todo canta la Gloria de Dios y de Cristo inmolado, Señor de la historia. El acontecimiento pascual provoca un cántico de alabanza universal, prestando también a las criaturas la voz silenciosa y perceptible a la vez. En nuestro mundo es necesario volver una y otra vez a estas verdades en las que queda englobada toda la Creación. Ya desde ahora debemos compartir con la Creación entera y aprender de ella a bendecir a Dios. Nuestro mundo necesita entonar con frecuencia el cántico de todas las criaturas que encontramos en Daniel (3,57-88) o en los Salmos 103 y 150.



ACLAMACIÓN R/. Aleluya, aleluya.

Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y se compadeció de todos los hombres. R/.


Jesús tomó el pan y el pescado y se los dio a los discípulos.

Del santo Evangelio según san Juan: 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "También nosotros vamos contigo". Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?". Ellos contestaron: "No". Entonces Él les dijo: "Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor". Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar". Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: "Vengan a almorzar". Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres?, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?". Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos".
Por segunda vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Pastorea mis ovejas".
Por tercera vez le preguntó: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas.
Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras". Esto se lo dijo para indicarle con qué género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: "Sígueme". 

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario:
El texto evangélico narra tres escenas: los apóstoles deciden ir a pescar y Jesús se les aparece, con la consiguiente pesca milagrosa y su reconocimiento; el diálogo de Jesús con Pedro a quien encomienda la misión de pastorear a su Iglesia; el destino de Pedro y del discípulo amado.

El autor contempla la aparición del Resucitado a través de su propia experiencia de más de medio siglo de historia de la Iglesia. Esta experiencia le hace comprender la seriedad de algunas lecciones del Señor. Presenta a los grandes dirigentes de la Iglesia, tan diversos entre sí, trabajando en fraternal colaboración. Insiste en destacar la unificante principalidad de uno de ellos; principalidad que le confió el propio Jesús. Subraya la ineficacia de la misión cristiana cuando se cierra a sí misma en el área del esfuerzo y la técnica personal; en contraste con su inexplicable fecundidad cuando actúa por instinto de pura fe, bajo la Palabra del Señor.

Es necesario anunciar a Cristo vivo que sale al encuentro de los hombres y les ofrece la esperanza que puede dar sentido a sus vidas. Real es la resurrección, como real fue su muerte en cruz. Real es la cruz de la humanidad y real es la esperanza que se le ofrece en el acontecimiento pascual, que alcanza las vidas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo en su realidad humana, así como los anhelos de sus corazones. El ejercicio de la autoridad en la Iglesia, en todos sus planos y manifestaciones, ha de estar dirigido por el amor como lo entiende san Juan: una disponibilidad total para servir a los demás hasta el don de la vida. Y sólo es posible el ejercicio de este amor pastoral, si se ha experimentado perfectamente al amor de Dios revelado en la persona, vida y muerte de Jesús. Hoy es necesario recordar y restaurar constantemente este programa ofrecido por Jesús a Pedro.
Ángel Fontcuberta


Credo.

PLEGARIA UNIVERSAL

Oremos a Jesús resucitado, vida y esperanza para la humanidad entera.

Después de cada petición diremos: Jesús resucitado, escúchanos y aumenta nuestra fe.

Por las Iglesias de Oriente y Occidente, por todos los bautizados en la vida nueva de Jesús resucitado. Oremos.
Por el Papa Benedicto, por su próximo cumpleaños. Oremos.
Por los sacerdotes de nuestra parroquia y de nuestra diócesis. Oremos.
Por los niños que durante esta Pascua nacerán a la vida nueva por el Bautismo; por los que participarán de la Comunión por primera vez y por los que serán confirmados con el don del Espíritu Santo. Oremos.
Por los adultos, jóvenes y niños que sufren y lloran en el dolor, en el hambre, en la guerra, en la miseria o en la soledad. Oremos.
Por los que nos hemos reunido aquí en torno al Señor resucitado, por nuestros vecinos, amigos y familiares, y por nuestros compañeros de trabajo o de estudio. Oremos.
Jesús resucitado, envíanos tu Espíritu para que seamos signos transparentes de tu amor en el mundo. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.


ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, los dones que te presentamos llenos de júbilo por la resurrección de tu Hijo, y concédenos participar con El, un día, de la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I-V de Pascua.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Cfr. Jn 21, 12-13)
Dijo Jesús a sus discípulos: Vengan y coman. Y tomó un pan y lo repartió entre ellos. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Mira, Señor, con bondad a estos hijos tuyos que has renovado por medio de los sacramentos, y condúcelos al gozo eterno de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- Los testigos inquebrantables de Jesús resucitado que no se dejan amilanar por la represión, la intimidación o cualquier tipo de incomprensión, no se encuentran solamente en las páginas de los textos del Nuevo Testamento. El Espíritu de Jesús resucitado sigue operando en el corazón de hombres y mujeres de buen corazón. A su mente seguramente vendrán los nombres de laicos, sacerdotes y obispos que han empeñado su tiempo, su vida o su bienestar personal para atender y servir a migrantes, personas maltratadas o vejadas en sus derechos y su dignidad. No siempre encuentran el respaldo en la sociedad, ni en la comunidad eclesial, pero ellos siguen adelante, testimoniando el mismo ánimo que los apóstoles. Viven contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes y maltratos por causa de Jesús, su Señor. Con su testimonio Dios sigue apelando a nuestra responsabilidad de discípulos y bautizados.