27 de abril de 2011

Miercoles de la Octava de Pascua Ciclo A.

Lecturas 

Miércoles 27 de Abril del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (3,1-10):

En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna.
Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo: «Míranos.»
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.»
Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.

Palabra de Dios

Salmo
Sal 104,1-2.3-4.6-7.8-9

R/. Que se alegren los que buscan al Señor

Dad gracias al Señor, invocad su nombre,
dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas. R/.

Gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro. R/.

¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.

Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?»
Ellos se detuvieron preocupados.
Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?»
Él les preguntó: «¿Qué?»
Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; como lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.»
Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?»
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.»
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.»
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio 

Ciudad Redonda
Queridos amigos y amigas:

Durante toda esta semana de Pascua seguiremos rastreando las palabras del Resucitado. Ellas tienen la virtud que ninguna otra palabra tiene: conectan con el fondo de nuestro ser y allí donde nadie llega inyectan la alegría y la esperanza que necesitamos. En este Miércoles de Pascua nosotros somos los discípulos de Emaús. Nosotros somos los dimisionarios tristes y ofuscados. A nosotros se nos regalan estos mensajes:

¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? El Resucitado es un terapeuta que quiere ayudarnos a viajar hasta nuestras raíces. Ayer nos preguntaba por las razones de nuestro llanto. Hoy quiere saber lo que nos traemos entre manos. ¿Cuáles son nuestras preocupaciones actuales? ¿A qué estamos prestando atención? ¿Qué o quién ocupa nuestros intereses, nuestro tiempo? ¿De qué solemos hablar con las personas de nuestro entorno? ¿Por qué razón nos levantamos cada mañana?

¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Ese “era necesario” nos trae de cabeza. ¿Cómo puede ser “necesario” el sufrimiento”? ¿Qué valor puede tener la muerte? Cuando llegamos a estos límites, se alza siempre la señal que parece decirnos: “Callejón sin salida. Dé la vuelta”. Y, sin embargo, en este misterioso “era necesario” se esconde el proyecto de amor de Dios hacia el mundo, la razón que da sentido a nuestras noches oscuras.

¿Cómo podemos reaccionar ante las palabras del Resucitado? Tal vez haciendo nuestras las de los discípulos de Emaús:

Quédate con nosotros. El Resucitado siempre aparece en el camino de nuestra vida, pero siempre hace ademán de seguir adelante. Este estar sin ser visto, esta presencia ausente, esta cercanía distante, alimenta nuestro deseo, provoca nuestra búsqueda. Sólo puede decir “quédate” quien ha sido tocado y anhela la posesión total: “¿A dónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Hay algo en nuestra fe que es siempre un “no sé qué que queda balbuciendo”.

¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Las brasas de nuestras vida están, a menudo, cubiertas con las cenizas del cansancio, el aburrimiento, la desesperación. ¿Cómo encender lo que parece completamente extinguido? ¿Cómo podemos poner en danza nuestra vida? ¿De dónde brota el fuego interior? ¡De la palabra de Jesús! Cada día, cuando nos acercamos al evangelio, somos como ese mendigo que estaba sentado junto a la puerta Hermosa del templo. Pedimos la limosna de la luz, de la alegría. Quizá no aspiramos a grandes destellos. Nos conformamos con la ración diaria que puede mantener el fuego interior. Jesús nunca la niega a quienes la piden con fe.

Liturgia Viva 

CAMINANDO CON EL SEÑOR (Hch 3,1-10; Lc 24,13-35)

Introducción
A nosotros nos puede pasar como a los discípulos de Emaús: que en el camino de nuestra vida estemos como peregrinos desalentados y sin ilusión.
Sin ser conscientes de la presencia de Dios, viajamos, conversamos con extraños o con amigos, comemos, somos indiferentes, tenemos poca esperanza. Pero, cuestionados por las palabras y la presencia del Señor Resucitado, seguimos caminando con él como con nuestro hermano y Señor, le reconocemos en los hermanos y, de modo particular, “al partir el pan” en nuestras asambleas eucarísticas, y así llegamos a ser un pueblo de esperanza. Le reconocemos también al partir y repartir el pan con los hermanos, cuando compartimos los unos con los otros todo lo que tenemos. Y si lo hacemos así, la gente seguramente reconocerá también a Jesús en nosotros. --- Como el cojo de la Primera Lectura, nos paramos y ponemos de pie, brincamos con alegría y con esperanza. También damos gozosa alabanza a Dios de palabra y de obra.

Oración Colecta (Dos Opciones)

1. Oh Dios y Padre nuestro:
Tú eres un Dios no de muertos,
ni tampoco de personas paralizadas
por sus temores y limitaciones,
sino que eres el Dios de vivos.
Resucítanos y haznos marchar animosos,
con alegría y esperanza
como nuevos discípulos de Emaús,
compañeros de camino
de aquel a quien resucitaste de entre los muertos,
Jesucristo, nuestro Señor Resucitado,
que vive y reina por los siglos de los siglos.

2. Señor Dios nuestro:
Tu Hijo está en medio de nosotros,
pero su rostro se nos oculta.
Ayúdanos a reconocerle
en nuestros hermanos, compañeros de camino:
En el hombre que carece de alimento y de empleo,
en la mujer que ha sido abandonada,
en el niño que mendiga en la esquina de la calle
o en el cruce de semáforos…
Danos un corazón bueno y generoso,
para que no pasemos de largo ante ellos
con ojos obnubilados,
ya que ese hombre o ese niño o esa mujer
representan vivamente para nosotros a tu Hijo,
Jesucristo nuestro Señor.

Intenciones
Señor Resucitado, camina siempre con tu Iglesia cuando sea perseguida o luche con dificultades que amenacen su unidad, y así te pedimos.

Señor Resucitado, camina con nuestras comunidades cuando se sientan acosadas por conflictos, luchas, injusticias y pérdida de fervor, y así te rogamos.

Señor Resucitado, sigue caminando con nosotros cuando nos sintamos confusos, minados por la duda, duros de cabeza y lentos para entenderte a ti y a tu evangelio, y así te rogamos.

Oración sobre las Ofrendas
Oh Dios de luz y de vida:
Como los dos discípulos de Emaús,
somos torpes de corazón
y lentos para entender
de qué modo tu Hijo camina con nosotros
en cada momento de nuestra vida.
Ayúdanos a reconocer su presencia
en estos humildes signos de pan y vino
y que él inflame nuestro corazón
cuando escuchemos su voz.
Que nos percatemos de su cercanía
en esta eucaristía,
en los acontecimientos de la vida
y en los hermanos que nos rodean.
Porque él es nuestro Señor Resucitado
por los siglos de los siglos.

Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
Hemos escuchado las palabras de tu Hijo
que cuestionan nuestra apatía y pesimismo,
y él ha movido nuestros corazones.
Nos hemos sentado a la mesa con él
y él ha partido de nuevo para nosotros
el pan de sí mismo.
Envíanos ahora en misión
a nuestros hermanos y hermanas,
para llevarles la Buena Noticia salvadora:
Que tu Hijo está vivo y resucitado
y que ahora podemos realizar juntos,
unos con otros, en fraternidad,
este viaje de vida y esperanza.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús, el Señor,
que vive contigo y permanece con nosotros,
ahora y por los siglos de los siglos.

Bendición
Hermanos: ¡Ojalá también nosotros pudiéramos decir con los discípulos de Emaús. ¿No sentíamos arder nuestro corazón mientras Jesús caminaba con nosotros por el camino y nos revelaba su Buena Noticia?
Que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y les acompañe siempre.