4 de marzo de 2013

Lunes de la 3ª semana de Cuaresma. Ciclo C



Santos: Casimiro de Polonia, príncipe; Lucio I, Papa. Beata San Luis de Lamoignon, fundadora. Feria (Morado)

VERÁ QUE HAY UN PROFETA EN ISRAEL 2 R 5, 1-15; Lc 4, 24-30
La visita de Naamán al rey de Israel entra dentro de las coordenadas de la cooperación y la buena vecindad entre reyes vecinos. El rey no lo piensa así, pero el profeta Eliseo hace otra lectura del acontecimiento. Eliseo está convencido que el Dios de Israel dispone de fuerza suficiente para devolver la carne limpia al leproso Naamán. El general sirio realiza a regañadientes las órdenes de Eliseo y constata la inmediata sanación de su piel. De ese signo proverbial se guardaba memoria aún en tiempos del Señor Jesús y por eso mismo, apeló a dicho acontecimiento para denunciar la rigidez de los vecinos de Nazaret. Jesús había sufrido la experiencia del rechazo por parte de los suyos. Los de casa rechazaban al profeta y los extraños lo acogían. Los profetas tanto hoy como ayer resultan incomprendidos cuando exhiben las miserias de la sociedad. Unos cuantos discípulos son capaces de acoger el testimonio congruente que estos mensajeros, siempre fieles a su mensaje, proyectan con su vida y sus obras.

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 83, 3)
Mi alma desfallece y suspira por los atrios del Señor; mi corazón y todo mi ser se han regocijado en el Dios vivo.

ORACIÓN COLECTA
Señor, que tu continua misericordia purifique a tu Iglesia y la proteja; y ya que sin ti no puede encontrar la salvación, dirígela siempre con tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Muchos leprosos había en Israel, pero ninguno fue curado, sino Naamán, el sirio.

Del segundo libro de los Reyes: 5, 1-15

En aquellos días, Naamán, general del ejército de Siria, gozaba de la estima y del favor de su rey, pues por su medio había dado el Señor la victoria a Siria. Pero este gran guerrero era leproso.

Sucedió que una banda de sirios, en una de sus correrías, trajo cautiva a una jovencita, que pasó luego al servicio de la mujer de Naamán. Ella le dijo a su señora: "Si mi señor fuera a ver al profeta que hay en Samaria, ciertamente él lo curaría de su lepra". Entonces fue Naamán a contarle al rey, su señor: "Esto y esto dice la muchacha israelita". El rey de Siria le respondió: "Anda, pues, que yo te daré una carta para el rey de Israel". Naamán se puso en camino, llevando de regalo diez barras de plata, seis mil monedas de oro, diez vestidos nuevos y una carta para el rey de Israel que decía: "Al recibir ésta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán, para que lo cures de la lepra".
Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras exclamando: "¿Soy yo acaso Dios, capaz de dar vida o muerte, para que éste me pida que cure a un hombre de su lepra? Es evidente que lo que anda buscando es un pretexto para hacerme la guerra".
Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey había rasgado sus vestiduras, le envió este recado: "¿Por qué rasgaste tus vestiduras? Envíamelo y sabrá que hay un profeta en Israel". Llegó, pues, Naamán con sus caballos y su carroza, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Éste le mandó decir con un mensajero: "Ve y báñate siete veces en el río Jordán, y tu carne quedará limpia". Naamán se alejó enojado, diciendo: "Yo había pensado que saldría en persona a mi encuentro y que, invocando el nombre del Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me curaría de la lepra. ¿Acaso los ríos de Damasco, como el Abaná y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos y quedar limpio?". Dio media vuelta y ya se marchaba, furioso, cuando sus criados se acercaron a él y le dijeron: "Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho; cuanto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano".
Entonces Naamán bajó, se bañó siete veces en el Jordán, como le había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó, diciendo: "Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel".
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Comentario:
Lo que se gana en una derrota

Naamán había ganado muchas guerras pero estaba perdiendo su batalla contra la lepra. La lepra era el punto negro, el gran lunar, el centro de su vergüenza. La lepra era el espacio de derrota de un hombre acostumbrado a triunfar. Pero los hechos se dieron de tal modo que ese espacio de derrota se volviera un espacio de triunfo, no suyo, sino de Dios.

Es una especie de constante esto en la Biblia: aquello que nos avergüenza y nos deshonra es a menudo la grieta por la que el plan de Dios se cuela en nuestra planes. Dios irrumpe por la brecha abierta que dejan nuestras derrotas y problemas no resueltos. De este modo transforma lo más bajo en lo más alto. Cuando somos así salvos no cabe espacio para el orgullo sino sólo proclamación de la piedad y el poder de Dios.



De los salmos 41 y 42 R/. Estoy sediento del Dios que da la vida.

Como el venado busca el agua de los ríos, así, cansada, mi alma te busca a ti, Dios mío. R/.
Del Dios que da la vida está mi ser sediento. ¿Cuándo será posible ver de nuevo su templo? R/.
Envíame, Señor, tu luz y tu verdad; que ellas se conviertan en mi guía y hasta tu monte santo me conduzcan, allí donde tú habitas. R/.
Al altar del Señor me acercaré, al Dios que es mi alegría, y a mi Dios, el Señor, le daré gracias al compás de la cítara. R/.



ACLAMACIÓN (Sal 129, 5. 7) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Confío en el Señor y en sus palabras, porque del Señor viene la misericordia y la redención. R/.


Como Elías y Eliseo, Jesús no ha sido enviado sólo a los judíos.

Del santo Evangelio según san Lucas: 4, 24-30

En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria".

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio de la montaña sobre la que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero Él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí. 
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario:
"Nadie es profeta en su tierra"

En el evangelio de hoy Cristo toma el ejemplo de Naamán, y otros semejantes, para ilustrar cómo se cumple aquello de que "nadie es profeta en su tierra". El mensaje fue tan claro que sus compatriotas, locos de ira, piensan en deshacerse de él de inmediato despeñándolo.

¿Por qué sucede así? ¿Por qué nadie es profeta en su tierra? Si lo miramos desde el punto de vista del profeta no se ve una razón; pero si pensamos en los vecinos o paisanos del profeta algo podemos entender: reconocer un profeta en medio de nuestro barrio o ciudad es admitir nuestra propia ceguera para leer lo que el profeta lee y para entender lo que el profeta entiende. Es sobre todo la soberbia la que nos impide admitir en paz que Dios hace con otros obras que no hace con nosotros, muy seguramente porque no le dejamos.

Vencida la soberbia y bajada la cabeza los ojos se abren y empezamos a reconocer que hay testigos del amor divino en todas partes... ¡también a nuestro lado!


ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, esta ofrenda que te presentamos como signo de nuestra entrega a ti y conviértela en el sacramento que ha de darnos la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I-V de Cuaresma.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Sal 116, 1-2)
Alaben al Señor todas las naciones, aclámenlo todos los pueblos, porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que el sacramento que hemos recibido nos purifique, Señor, y realice nuestra unidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Homilías de Fr. Nelson Medina, O.P.