10 de marzo de 2013

DOMINGO IV DE CUARESMA -C-




PRIMERA LECTURA 

Lectura del libro de Josué 5, 9a. 10‑12
El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida 

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: 
"Hoy os he despojado del oprobio de Egipto." 
Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. 
El día siguiente a la Pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ázimos y espigas fritas. 
Cuando comenzaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.
Palabra de Dios. 
  
REFLEXIÓN 

“LA MADUREZ DE UN PUEBLO, SIGNO DE LA PRESENCIA DE DIOS” 

El texto nos presenta el momento en que Josué, después de la dura travesía del desierto, hace ver al pueblo cómo Dios ha sido fiel a su promesa y los ha sacado de la esclavitud; es la celebración de la Pascua en el desierto.  Están a las puertas de la tierra prometida, ya ha desaparecido el maná, pues ellos mismos se están cultivando sus productos y pueden subsistir por ellos mismos, es decir el pueblo ha madurado y no necesita depender de nadie.
Josué celebra este momento agradeciendo a Dios de haber terminado una etapa de oprobio, pues han estado dominados y sometidos a un pueblo impuro y como gesto de agradecimiento hace un rito de purificación, renovando la alianza y ratificando su adhesión a Yahvé.
Dice el texto que, al día siguiente de esta celebración, el pueblo empezó a notar la intervención directa de Dios con algo tan simple como era el poder recoger la cosecha, como fruto del trabajo de la tierra que han recibido. Esto indica también el final de esta etapa en la que han tenido que ser sostenidos por Dios, como un pueblo sin madurez; ahora pueden sostenerse por ellos mismos, son autónomos.
El signo de esta presencia de Dios para el pueblo, es justamente el poder comer de los frutos de la tierra que ocupan. Es el momento en que Israel, circuncidado, marcado con el sello de pertenencia al Señor, siente que ha llegado a su casa.
Es interesante observar un dato: el Éxodo comienza con la celebración de la pascua y termina de la misma manera. Es interesante también notar que dicha celebración marca el final de una etapa y el comienzo de otra que vendrá marcada por el recuerdo de momentos de liberación realizados por Dios en la primera etapa.
También es importante anotar que, cuando un pueblo pierde los referentes de su identidad y los hitos de su historia y arrasa con todo, para establecer en cada momento su proyecto, cae en la trampa del mesianismo y deja al pueblo a merced del que llega, con lo que jamás puede crecer nada interesante, ya que cuando empieza a nacer algo, viene el siguiente y lo arranca.

  Salmo responsorial Sal 33, 2‑3. 4‑5. 6‑7  (R.: 9a)

R. Gustad y ved qué bueno es el Señor. 

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor. 

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
 me libró de todas mis ansias. R. 
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor. 

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R.
R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.  

SEGUNDA LECTURA 

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 5,17‑21
Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo 

Hermanos: 
El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. 
Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. 
Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. 
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. 
En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. 
Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de Dios. 
Palabra de Dios. 
  
REFLEXIÓN
  
“REMOJADOS” Y “APUNTADOS”     

S. Pablo parte de un hecho fundamental que es el referente necesario, pues está en la base de todo: hemos sido bautizados, nuestro hombre viejo ha sido sepultado, crucificado, muerto con Cristo; somos, por tanto, hombres nuevos que no viven bajo la ley del pecado. Nuestra vida es Cristo que nos ha reconciliado con Dios Padre.
Si esa es nuestra realidad, no podemos dejar de expresar y manifestar al mundo lo que somos; no podemos dejar de dar los frutos que corresponden.
Somos, por naturaleza, embajadores y testigos del amor que Dios Padre nos ha tenido y, al ser testigos de esta realidad en nosotros, nos convertimos en palabra viva del Padre.
La misión de un cristiano es justamente ésta: dejar que se manifieste al mundo lo que vive en él, que es algo inevitable, que le oprime, le obliga a expresarlo; de ahí que Pablo llegue a decir que “no vive para sí, sino para el Señor” y es que es algo imposible de evitar.
Para S. Pablo “Estar en Cristo” es vivir fundido en Él, pues su vida es la que llena nuestro ser, hasta el punto que podríamos decir que se ha dado “una nueva creación” de un hombre completamente nuevo.
El autor de esta “nueva creación” ha sido Cristo que nos ha reconciliado con Dios, pues fue el hombre quien se separó de Dios y ha tenido que ser el hombre quien vuelva a Dios. La misión, por tanto, de todo cristiano, será la de hacer que todo hombre acepte el regalo que Cristo ha realizado, de nuestra reconciliación volviendo a Dios.
La pregunta que nos salta es siempre la misma: ¿cómo puede explicarse que siendo ésta la realidad cristiana, vivamos tan lejos de sus consecuencias? La respuesta que aparece más evidente es la siguiente: Dios nos hizo el regalo, pero nos dejó la libertad para aceptarlo, o despreciarlo y, no basta con estar “apuntado” o “remojado” con el agua del bautismo, si es que no aceptamos el regalo que Dios nos hace en Jesús.
Este es justamente el gran problema que tenemos: llevamos demasiado tiempo “remojando” y “apuntando” sin, ni siquiera, saber qué es lo que se recibe, cuánto menos aceptarlo.
  
Versículo antes del evangelio Lc 15, 18
Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti."

 EVANGELIO 

 Lectura del santo evangelio según san Lucas 15, 1‑3. 11‑32
Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido 

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: 
-"Ése acoge a los pecadores y come con ellos."
Jesús les dijo esta parábola: 
-Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: 
"adre, dame la parte que me toca de la fortuna." 
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. 
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. 
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. 
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros." 
Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. 
Su hijo le dijo: 
"adre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo". 
Pero el padre dijo a sus criados: 
"Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Y empezaron el banquete. 
Su hijo mayor estaba en el campo. 
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. 
Éste le contestó: 
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud." 
Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. 
Y él replicó a su padre: 
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo: 
"Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."
Palabra del Señor.
  
REFLEXIÓN 

“MISERICORDIA VERSUS  SOBERBIA”       

Al evangelio de S. Lucas se lo ha definido como el “Evangelio de la Misericordia” y ésta es una de las páginas más hermosas.
  Frente a la ley del Talión que se mantiene en Israel, del “Ojo por ojo y diente por diente”, Jesús deja cerrada definitivamente esta idea y esta forma de existencia, embadurnada por el odio y la venganza y presenta la imagen completamente nueva de un Dios que detesta esta forma de pensar y de vivir y, se presenta como el padre que en su corazón no deja que entre ninguna de estas cosas y perdona al hijo antes, incluso, que éste le haya pedido el perdón.
  El centro de todo el evangelio está ocupado por tres parábolas que son como las bisagras en torno a las que gira todo: “El dracma perdido”, “La oveja descarriada” y “El Hijo Pródigo”.
  En estas tres parábolas, hace Jesús una descripción del Dios Padre Misericordioso, que sufre con el dolor y la desorientación de sus hijos, antes que llenarse de ira y de rencor, ansioso de venganza.
  El contexto en el que enmarca las parábolas, es una comida con pecadores que lo consideran amigo, cosa que es un escándalo para la mentalidad israelita.
  El protagonista de las parábolas es Dios, cosa que para los fariseos significa una ofensa imperdonable, pues es una blasfemia que deteriora la imagen de Dios.
El centro del mensaje de la parábola va dirigido a la imagen del “hijo mayor” que representa a la sociedad israelita, dirigida por los fariseos, escribas y letrados, que desprecian al pueblo y se aprovechan de él; es interesante tener en cuenta el lenguaje de la parábola: menciona que “tuvo hambre”, “Deseaba comer lo que comían los cerdos”… mientras que en la casa del Padre, hay pan en abundancia, el hijo mayor reclama un cabrito para la fiesta… Y es justamente éste, quien juzga y desprecia al hambriento, echándole en cara sus pecados y se encarga de hundirlo más de lo que está (para comer tiene que robar la comida de los cerdos, animal impuro en Israel… más bajo no se puede llegar).
El hijo menor reconoce su equivocación, se duele de ella y, pretende volver a su padre, para que lo tenga como el último de sus jornaleros, pues aun así, será siempre mejor que la situación a la que ha llegado. El movimiento de vuelta del hijo, es salir de la muerte a la resurrección.
  En el hijo “bueno” de la parábola, hace una radiografía ridícula de los fariseos y de los escribas, que desprecian al pueblo que se pierde y, que es representado en el hijo menor que se va de la casa del Padre.
  La actitud del Padre, contrasta con la postura legalista y puritana del hermano mayor, que no reconoce haber cometido ningún fallo y, esto le da derecho a convertirse en juez de su hermano, a despreciarlo y no reconocerlo como hermano.
  La parábola no deja de ser un retrato fantástico, no solo del ambiente del tiempo de Jesús, sino del nuestro y, podríamos ir quitando personajes y sustituyéndolos por nosotros mismos; un ejercicio muy interesante para hacer una confesión pública de la actitud que venimos manteniendo.

 -D. Melitón Bruque Garcia. Párroco de San José. Linares-