Santos: Lucio y Montano de Cartago, mártires; Pedro Palatino, mártir. Beato Constancio Servoli de Fabriano, presbítero. (Morado)
DE LA OSCURIDAD A LA LUZ RESPLANDECIENTE
Gn 15,5-12.17-18; Flp 3.17-4,1; Lc 9, 28-36
El relato del libro del Génesis refiere las promesas de tierra y numerosa descendencia que Dios ofreció a Abrahán. El suceso se describe en medio de oscuridad y la fugacidad de un fuego diminuto. El patriarca atraviesa por la región de los cananeos como por un país de sombra e incertidumbre. El futuro es incierto y apenas está iluminado por la débil luz de la promesa divina. En la lógica del relato evangélico de la transfiguración apreciamos un escenario diametralmente diferente: Elías, Moisés y Jesús aparecen resplandecientes en presencia de Pedro y los otros discípulos. El tiempo de la espera y las promesas ha llegado a su término. Los seguidores de Jesús han accedido a la manifestación gloriosa del Hijo predilecto del Padre. Esa escena es un preludio del triunfo definitivo del crucificado sobre la muerte. El Padre que llamó al anciano Abrahán a fundamentar su esperanza en la promesa, sostuvo a Jesús en la sombría noche pascual y lo admitió a la luminosa existencia transfigurada, sentándolo a su diestra.
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 26, 8-9)
De ti mi corazón me habla diciendo: "Busca su rostro". Tu rostro estoy buscando, Señor; no me lo escondas.
No se dice Gloria.
ORACIÓN COLECTA
Señor, Padre santo, que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA DE LA PALABRA
Dios hace una alianza con Abrahám.
Del libro del Génesis: 15, 5-12. 17-18
En aquellos días, Dios sacó a Abram de su casa y 1e dijo: "Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes". Luego añadió: "Así será tu descendencia".
Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo. Entonces le dijo: "Yo soy el Señor, el que te sacó de Ur, ciudad de los caldeos, para entregarte en posesión esta tierra". Abram replicó: "Señor Dios, ¿cómo sabré que voy a poseerla?". Dios le dijo: "Tráeme una ternera, una cabra y un carnero, todos de tres años; una tórtola y un pichón".
Tomó Abram aquellos animales, los partió por la mitad y puso las mitades una enfrente de la otra, pero no partió las aves. Pronto comenzaron los buitres a descender sobre los cadáveres y Abram los ahuyentaba.
Estando ya para ponerse el sol, Abram cayó en un profundo letargo, y un terror intenso y misterioso se apoderó de él. Cuando se puso el sol, hubo densa oscuridad y sucedió que un brasero humeante y una antorcha encendida, pasaron por entre aquellos animales partidos.
De esta manera hizo el Señor, aquel día, una alianza con Abram, diciendo: "A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto hasta el gran río Éufrates".
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
Las Dos Noches de Abrahán
En medio de la noche, Dios lleva a Abrahán, primero a la
contemplación de la grandeza de sus promesas y luego al reconocimiento de la
propia nada.
Porque hay aquí la historia de dos noches. Una, la de contar
las estrellas; otra, la de permanecer semiaterrorizado ante los trozos de carne
despedazada. Esta segunda escena, bueno es aclararlo, nos remite al modo en que
solían celebrarse las alianzas entre jefes de tribus o clanes, en aquella
época: los que sellaban alianza pasaban por en medio de los animales
despedazados y juraban, cada uno por los propios dioses, que querían un destino
semejante si llegaban a incumplir las promesas hechas.
Si lo miramos bien, estas dos noches, la de la admiración y
la del espanto, se corresponden bien con esas dos dimensiones que la
antropología moderna ver en el hecho religioso: "fascinante" y
"tremendo." Belleza que encanta y abismo que espanta; sublime ternura
de un Dios que enciende la esperanza y temeraria audacia de un mortal que
conversa y peregrina de cara a su Dios. Tal es la alianza; tal es la cuaresma.
Del salmo 26 R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar? R/.
Oye, Señor, mi voz y mis clamores y tenme compasión; el corazón me dice que te busque y buscándote estoy. R/.
No rechaces con cólera a tu siervo, tú eres mi único auxilio; no me abandones ni me dejes solo, Dios y salvador mío. R/.
La bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y en el Señor confía. R/.
Cristo transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso semejante al suyo.
De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses: 3, 17-4, 1
Hermanos: Sean todos ustedes imitadores míos y observen la conducta de aquellos que siguen el ejemplo que les he dado a ustedes. Porque, como muchas veces se lo he dicho a ustedes, y ahora se lo repito llorando, hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra.
Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas.
Hermanos míos, a quienes tanto quiero y extraño: ustedes, hermanos míos amadísimos, que son mi alegría y mi corona, manténganse fieles al Señor.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
En el corazón de la carta, Pablo realmente intentaba advertir a los fieles contra un tradicional grupo de Cristianos Judíos. Estos "Judaizantes" insistían en que el camino de la salvación en Cristo descansaba en la circuncisión y la vida en virtud de la Ley Judía. Como declaraba la nota anterior, Pablo vio tal requisito previo como una disminución del poder de la Cruz para salvar. Puesto que Pablo experimentó su propia salvación fuera de la Ley (en una visión en el camino a Damasco), él se opuso vehementemente a quienes reclamaban que el camino de la salvación en Cristo era a través de la Ley. Lo que los Cristianos Gentiles habían recibido, Pablo insistió, era lo suficientemente bueno. Los "Judaizantes" estaban preocupados con las formas de vida diaria, pero los Cristianos deben mirar al cielo y la fuente de su salvación. Cristo, no la Ley, tenía el poder para transformar a los fieles al final. En él, los fieles deben mantenerse firmes.
ACLAMACIÓN (Cfr. Mt 17, 5) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre, que decía: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo". R/. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto.
Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con Él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con Él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: "Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías", sin saber lo que decía.
No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: "Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo". Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.
Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
La Transfiguración
Con mayor gusto damos hoy la palabra a nuestro hermano de
comunidad, Fr. José Ma. Prada, O.P., en su reflexión sobre el evangelio de la
Transfiguración.
El Maestro, con el que habían vivido durante tres años sus
discípulos, exteriormente era un hombre como los demás palestinos de su época,
No era ni más grande ni más pequeño, con el color bronceado de la piel, como
correspondía a los habitantes del desierto, con ojos talvez castaños, con las
mismas necesidades y flaquezas humanas, menos el pecado. Era tan parecido a sus
discípulos, que Judas, para identificarlo en el huerto, tuvo que dar una
señal:: “Aquel a quien yo besare, ese es”. Sin embargo, en su interior, se
diferenciaba substancialmente de los demás hombres porque era el Verbo de Dios
encarnado, era Dios y hombre. Pero esto era una realidad oculta, un misterio
que solamente se descubría por revelación del Padre, como se lo dijo a Pedro.
Ni siquiera los demonios llegaron a saber a ciencia cierta quien era, porque de
lo contrario, no lo hubieran llevado a la cruz porque allí sufrieron su
derrota.
En la transfiguración mostró Jesús a sus discípulos, por un
instante, su verdadera personalidad, su gloria, su belleza divina, oculta hasta
esos momentos en su humanidad. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos
blancos como la nieve. Allí aparecen también Moisés y Elías para presentarlo
como el Mesías, mucho más poderoso que ellos y al que habían anunciado tantos
años antes. Le hablaban de su próxima muerte ignominiosa. En ese instante, una
nube densa lo cubrió como fue cubierta el arca de la alianza, como signo de la presencia
de la divinidad. Y así lo entendieron los tres discípulos al arrojarse sobre la
tierra, temblorosos por la cercanía de Dios.
Esta revelación fue confirmada por el Padre celestial: “este
es mi Hijo muy amado, escuchadlo”. Con estas palabras, el mismo Padre da
testimonio de la mesianidad de su Hijo. Ese hombre que verán traicionado,
sentenciado, azotado, coronado de espinas, escupido, llevando la cruz a cuestas
hacia el calvario y muerto en la cruz, ese era el Hijo de Dios.
Estos tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, se volverán a
encontrar solos con Jesús, en el huerto de Getsemaní, tan desconcertados como
lo están ahora. Entonces no entenderán absolutamente nada. Se olvidaron
totalmente de la epifanía del monte. Solamente después de la resurrección de
Jesús, empezarán a entender estos misterios; y es que los misterios de Jesús,
sólo se podrán entender a la luz de la pascua y con la fuerza del Espíritu
Santo.
Credo
PLEGARIA UNIVERSAL
Con el corazón en paz, oremos al Señor y pidámosle que tenga piedad de nosotros.
Después de cada petición diremos: Señor, ten piedad de nosotros (o bien: Kyrie, eléison).
Por el Papa Benedicto, sucesor de san Pedro y por la Iglesia entera extendida de Oriente a Occidente. Oremos.
Por los sacerdotes y por los seminaristas. Oremos.
Por la paz en todo el mundo, la prosperidad de todos los pueblos, y la unidad de los cristianos. Oremos.
Por los que se han quedado sin trabajo, y por todos los que están sufriendo a causa de la crisis económica. Oremos.
Por los que están lejos de su tierra, por los prisioneros, por los enfermos, por los afligidos. Oremos.
Por todos los que nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía. Oremos.
Protégenos, Señor; sálvanos y ten piedad de nosotros. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Que esta ofrenda, Señor, nos obtenga el perdón de nuestros pecados y nos santifique en el cuerpo y en el alma para que podamos celebrar dignamente las festividades de la Pascua. Por Jesucristo, nuestro Señor.
PREFACIO
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque Cristo nuestro Señor, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección.
Por eso, como los ángeles te cantan en el cielo, así nosotros en la tierra te aclamamos, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo...
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Mt 17, 5)
Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escúchenlo.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Te damos gracias, Señor, porque al darnos en este sacramento el Cuerpo glorioso de tu Hijo, nos permites participar ya, desde este mundo, de los bienes eternos de tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor.
UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- Llevamos varios años en situación de transición, queriendo que termine una época y comience otra, que esperamos será mejor y diferente. Esto lo sentimos y lo anhelamos tanto en relación a nuestra vida ciudadana, como a nuestra condición de creyentes. Del invierno prolongado queremos llegar a una primavera de la fe, a un renacimiento de nuestra comunidad eclesial. En el ámbito de la vida pública también estamos expectantes de transformaciones significativas que modifiquen nuestra cotidianeidad. El Evangelio es una palabra cargada de esperanza. No parece razonable dar crédito a quienes afirman que el cristianismo nos hace conformistas y resignados. La vida cristiana es un acicate hacia la transfiguración personal y social. Los que confesamos a Jesús, sabemos que el Padre lo transfiguró ante sus discípulos, invitándonos a escucharle para consolidar nuestra propia y personal transfiguración.