Santos: San Sulpicio Severo, obispo. José Freinademetz, misionero; Gildás
"el Sabio", abad. Feria (Verde)
HEMOS QUEDADO CONSAGRADOS
Hb 10,1-10; Mc 3,31-35
Un razonamiento contrastante elige el autor de la Carta a los
Hebreos para autentificar el camino de obediencia fiel del Señor Jesús y para
desautorizar el culto antiguo, basado en ofrendas de corderos y otros animales.
Dios no está urgido de dones y dádivas por parte de sus fieles. Cuando nosotros
se los presentamos nos sirven para expresar nuestra gratitud y confianza. La
oración y los dones que ofrecemos al Señor nos permiten manifestar nuestro amor
y agradecimiento al Padre.
Sin embargo, esos dones son insuficientes para cambiar nuestro interior. De ese
cambio profundo nos habla la Carta a los Hebreos. El Señor Jesús, entregándose
sin reservas al Padre nos incorpora a su victoria, y nos hace ofrendas
espirituales agradables a Él. El único santo, el Sumo Sacerdote Jesús, nos
renueva internamente para que nos presentemos confiadamente al Padre.
ANTÍFONA DE ENTRADA
Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el
Señor. Lo escuchare en cualquier tribulación en que me llamen, seré siempre su
Dios.
ORACIÓN COLECTA
Dios de clemencia y de reconciliación, que concedes los hombres
días especiales de gracia para que te reconozca como creador y Padre de todos,
mira con bondad a tus hijos y ayúdanos a aceptar de corazón tu mensaje de paz,
para que podamos cumplir tu voluntad de hacer reinar en todos a tu Hijo
Jesucristo, que vive y reina contigo...
LITURGIA DE LA PALABRA
Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu
voluntad.
De la carta a los hebreos:
10, 1-10
Hermanos: Puesto que la ley de la antigua alianza no contiene la
imagen real de los bienes definitivos, sino solamente una sombra de ellos, es
absolutamente incapaz, por medio de los sacrificios, siempre iguales y
ofrecidos sin cesar año tras año, de hacer perfectos a quienes intentan
acercarse a Dios. Porque si la ley fuera capaz de ello, ciertamente tales
sacrificios hubieran dejado de ofrecerse, puesto que los que practican ese
culto, de haber sido purificados para siempre, no tendrían ya conciencia de
pecado. Por el contrario, con esos sacrificios se renueva cada año la conciencia
de los pecados, porque es imposible que pueda borrarlos la sangre de toros y
machos cabríos.
Por eso, al entrar al mundo, Cristo dijo, conforme al salmo: No quisiste
víctimas ni ofrendas; en cambio, me has dado un cuerpo. No te agradaron los holocaustos
ni los sacrificios por el pecado; entonces dije —porque a mí se refiere la
Escritura—: "Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad".
Comienza por decir: No quisiste víctimas ni ofrendas, no te agradaron los
holocaustos ni los sacrificios por el pecado —siendo así que eso es lo que
pedía la ley—; y luego añade: "Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu
voluntad".
Con esto, Cristo suprime los antiguos sacrificios, para establecer el nuevo. Y
en virtud de esta voluntad, todos quedamos santificados por la ofrenda del
cuerpo de Jesucristo, hecha una vez por todas.
Palabra
de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
La ofrenda de la voluntad
Si nos
preguntaran qué ofreció Cristo en su sacrificio del calvario, lo más probable
es que digamos: su sangre o su vida, y esto desde luego es cierto; pero puede
hacernos olvidar la dimensión interior de su oblación. El sacrificio del Señor
es ante todo el sacrificio interior de su voluntad. Nosotros hemos sido
salvados por un acto colosal de obediencia amorosa o de amor obediente, como se
quiera decir.
Cristo nos ha
redimido con su obediencia y nos invita a transitar la vía de la obediencia.
Fue frecuente entre los Santos Padres la afirmación de que la obediencia del
Nuevo Adán nos ha rescatado de la desobediencia del primer Adán. En realidad,
la grandeza de la obediencia y del sacrificio de la voluntad era ya conocida en
el Antiguo Testamento: " ¿Se complace el Señor tanto en holocaustos y
sacrificios como en la obediencia a la voz del Señor? He aquí, el obedecer es
mejor que un sacrificio, y el prestar atención, que la grosura de los
carneros" (1 Sam 15,22).
Uno de los frutos
eficaces de la inmolación obediente de Cristo es que así ha quedado superada la
alianza que tenía como culto propio los sacrificios. Un sacrifico más perfecto
ha mostrado los límites de los antiguos sacrificios y los ha dejado sin otro
valor que el de ser figuras o anticipaciones de algo que, una vez llegado, los
deja necesariamente atrás. Este aspecto de superación del culto antiguo es
fundamental para la Carta a los Hebreos, porque muestra en dónde podemos buscar
una religión no según nuestras simples costumbres o tradiciones sino según el
agrado de Dios.
Del salmo 39 R/. Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Espere en el Señor con gran confianza; Él se inclinó hacia mí y escuchó mis
plegarias. Él me puso en la boca un canto nuevo, un himno a nuestro Dios. R/.
Sacrificios y ofrendas no quisiste, abriste, en cambio, mis oídos a tu voz. No
exigiste holocaustos por la culpa así que dije: "Aquí estoy". R/.
He anunciado tu justicia en la gran asamblea; no he cerrado mis labios, tú lo
sabes, Señor. R/.
No calle tu justicia, antes bien, proclame tu lealtad y tu auxilio. Tu amor y
tú lealtad no los he ocultado a la gran asamblea. R/.
ACLAMACIÓN (Cfr. Mt 11,
25) R/. Aleluya, aleluya.
Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los
misterios del Reino a la gente sencilla. R/.
El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre.
Del santo Evangelio según
san Marcos: 3, 31-35
En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, si madre y sus
parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a Él estaba sentada
una multitud, cuando le dijeron: "Ahí fuera están tu madre y tus hermanos,
que te buscan".
Él les respondió: ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?". Luego,
mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: "Estos son mi
madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre".
Palabra
del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
Los hermanos de Jesús
Para la mayor
parte de los cristianos no católicos el pasaje del evangelio de hoy es una
demostración de que Jesús tuvo hermanos y hermanas, que ellos suponen hijos de
José y María. Ya uno no debería tener que aclarar esas cosas pero puede ser
saludable para muchos, así que comentemos un poco el tema.
Ante todo hemos
de recordar que, aunque en griego existe la palabra para decir
"primo", ese término no existe en el arameo corriente, y lo más
frecuente para la lengua y la mentalidad en que vivió nuestro Señor era
simplemente llamar "hermanos" a los parientes, como vemos que por
ejemplo Abraham llama "hermano" a Lot (Gén 13,8), que en realidad era
su sobrino (Gén 11,27).
Además, en la
escena del evangelio de hoy aparece María con algunos de estos "hermanos y
hermanas". Mas en la crucifixión no hay nadie, y Jesús confía su madre al
cuidado de un discípulo, Juan (Jn 19,26-27). Esta escena sería superflua y por
completo ajena a la mentalidad hebrea si María hubiera tenido más hijos.
La familia de Cristo
Así que la
familia de Cristo no viene de los nacidos de la carne y la sangre. Viene de
otra realidad, que enlaza bellamente el texto del evangelio con la primera
lectura, pues dice el Señor: "El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3,35). Así como por la obediencia a la
voluntad del Padre Cristo es Cristo, por esa obediencia nosotros somos cristianos.
No dejemos de
notar un hecho muy bello, que tantos otros predicadores nos han enseñado:
cuando Jesús dice que su "madre" será quien haga la voluntad de Dios
no estaba descartando ni dando la espalda a María, que precisamente definió su
vida con una consigna nunca quebrantada: "He aquí la sierva del Señor;
hágase conmigo conforme a tu palabra" (Lc 1,38). De modo que el evangelio
de hoy, lejos de disminuir la figura de la Madre del Señor, la presenta en su
hermosa y formidable proporción.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, con bondad, los dones que tu Iglesia te presenta y,
por este memorial de la muerte de tu Hijo, que con su sangre borró nuestros
pecados y nos reconcilio contigo, concédenos que podamos hacer partícipes a
todos de la paz de Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN
(Mt 11, 28)
Vengan a mi todos los que están agobiados y oprimidos, y yo les
daré alivio, dice el Señor.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA
COMUNIÓN
Señor, que el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, que hemos recibido en
este sacramento de unidad, nos llene de tu amor, para que podamos ser en todas
partes, instrumentos de tu paz. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Homilías de Fr. Nelson Medina, O.P.