Santos: Higinio I, Papa y mártir;
Teodosio "el Cenobiarca" de Turquía, Abad. Guillermo Carter, Mártir.
Feria (Blanco)
EL TESTIMONIO DE DIOS
1 Jn 5,5-13; Lc 5, 12-15
No se trata de echarse a cuesta todos los problemas y desafíos
personales y sociales que encontramos y pretender resolverlos con las propias
fuerzas. El Espíritu de la Verdad nos fortalece con la Eucaristía para ser
testigos del amor del Padre. El cristianismo no es en manera alguna un proyecto
voluntarista construido con el puro esfuerzo humano. La naturaleza y la gracia
se integran de forma armoniosa para suscitar las señales del amor de Dios en
nuestra historia. La narración del evangelio presenta con demasiada sencillez
la curación de un leproso. El problema era aparentemente irresoluble a los ojos
de la gente de poca fe. El Señor Jesús no pensaba de la misma manera, ni
tampoco el leproso; por eso la confianza del leproso y el amor compasivo de
Jesús se fundieron en una súplica confiada al Señor de la vida, que devolvió la
salud y la dignidad perdida al leproso.
ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal
111, 4)
Una luz se levanta en las tinieblas para los
hombres de corazón recto: el Dios clemente, justo y compasivo.
ORACIÓN COLECTA
Concédenos, Dios todopoderoso, que el nacimiento del salvador del
mundo, manifestado a los Magos por medio una estrella, sea comprendido por
nosotros cada vez con mayor profundidad. Por nuestro Señor Jesucristo…
LITURGIA DE LA PALABRA
El Espíritu, el agua y la sangre.
De la primera carta del
apóstol san Juan: 5, 5-1: al
Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree
que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo es el que vino por medio del agua y de
la sangre; Él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu
es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los
testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de
acuerdo.
Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más
y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo.
El que cree en el Hijo de Dios tiene en si ese testimonio. El que no le cree a
Dios, hace de él un mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado
de su Hijo. Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado la vida eterna y esa
vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al
Hijo, no tiene la vida.
A ustedes, los que creen en el nombre del Hijo de Dios, les he escrito estas
cosas para que sepan que tienen la vida eterna.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
Comentario:
No sólo con agua
El cuarto evangelio favorece la opinión de que Juan, antes de ser
discípulo de Jesús, fue discípulo de Juan el Bautista (cf. Jn 1,40). Si este es
el caso, entonces Juan, el evangelista, conoció de cerca el ministerio de Juan,
el bautista. Supo bien qué podía esperarse de aquella agua que se derramaba
profusamente sobre los israelitas arrepentidos gracias al ministerio del gran
asceta y profeta del desierto.
En el ministerio de Jesús hay más que esa agua. Vino Cristo "
no sólo con agua, sino con agua y con sangre" (1 Jn 5,6). Hay un gran
testimonio que nos mueve a acoger el mensaje y el ministerio de Cristo: un
testimonio triple: agua, Sangre y Espíritu (cf. 1 Jn 5,8).
¿Qué añade la Sangre?, podemos preguntarnos, sobre todo si tenemos
en cuenta que también el Bautista rubricó con el martirio su ministerio
admirable. Tengamos en cuenta, para buscar una respuesta, que toda esta primera
carta de Juan ha sido un gran himno al misterio de la carne de Jesucristo, en
cuanto verdad palpable de su presencia entre nosotros, y en cuanto fuente y
medio de toda revelación.
La sangre es la expresión definitiva de la ofrenda de la propia
carne, porque la carne que entrega su sangre entrega su vida. Cada sangre
revela la verdad de cada carne. La Sangre de Cristo es la expresión del
misterio que trae su carne. En su Sangre entendemos por qué ha venido en
nuestra carne: para dar su vida por nosotros. De este modo, la Sangre da testimonio.
Del salmo 147 R/. Demos
gracias y alabemos al Señor.
Glorifica al Señor, Jerusalén, a Dios ríndele honores, Israel. Él
refuerza el cerrojo de tus puertas y bendice a tus hijos en tu casa. R/.
Él mantiene la paz en tus fronteras, con su trigo mejor sacia tu hambre. Él
envía a la tierra su mensaje y su palabra corre velozmente. R/.
Le muestra a Jacob su pensamiento, sus normas y designios a Israel. No ha hecho
nada igual con ningún pueblo, ni le ha confiado a otro sus proyectos. R/.
ACLAMACIÓN (Cfr. Mt 4, 23)
R/. Aleluya, aleluya.
Jesús predicaba la buena nueva del Reino y curaba a la gente de toda
enfermedad. R/.
Al momento desapareció la lepra.
Del santo Evangelio según
san Lucas: 5, 12-16
En aquel tiempo, estando Jesús en un poblado, llegó un leproso, y
al ver a Jesús, se postro rostro en tierra, diciendo: "Señor, si quieres,
puedes curarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Quiero.
Queda limpio". Y al momento desapareció la lepra. Entonces Jesús le ordenó
que no lo dijera a nadie y añadió: "Ve, preséntate al sacerdote y ofrece
por tu purificación lo que Moisés prescribió Eso les servirá de
testimonio".
Y su fama se extendía más y más. Las muchedumbres acudían a oírlo y a ser
curados de sus enfermedades. Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para
orar.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
Comentario:
El Puro nos Purifica
La Ley Mosaica prohibía la leproso tener contacto con sus
congéneres; debía vivir solo, fuera del campamento (Lev 13,46). No podía
acercarse porque podía contagiar su impureza y sus ropas o cosas debían estar
separadas, como él, de toda influencia o trato con los demás. El papel de los
sacerdotes frente a esta espantosa enfermedad era simplemente el de declarar
que sí había lepra o declarar que se había curado la lepra (Lev 14,2-7).
La Ley, pues, conocía que el mal puede extenderse; la impureza
puede avanzar. No contemplaba, en cambio, el caso que nos presenta el evangelio
de hoy, como hermosa epifanía del poder de Cristo: hoy estamos frente a un caso
de pureza contagiosa. El amor de Cristo ha causado que su propia salud se
extienda al que estaba infectado y que su pureza se transmita al que estaba
aislado por la impureza de su enfermedad.
Y en ese espíritu hemos de leer este evangelio como eco de la
solemnidad de la epifanía: hoy hemos visto que la salud de Cristo es más fuerte
que la enfermedad del mundo, así como su luz es más fuerte que nuestras
tinieblas.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo y concédenos
que, las realidades que creemos por la fe, las consigamos por este sacramento
celestial. Por Jesucristo nuestro Señor.
Prefacio de Navidad o de la Epifanía.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (1
Jn 4, 9)
Dios envió al mundo a su Hijo Único, para
darnos vida por medio de Él.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA
COMUNIÓN
Señor Dios, que nos unes a ti por la participación de este
sacramento, concédenos obtener toda su eficacia para que así, la recepción de
este don tuyo nos haga más dignos de seguirlo recibiendo. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
Homilías de Fr. Nelson Medina, O.P.