Los inmigrantes.
Jesús se ha dado cuenta que el “pan” de su mensaje no es aceptado por la mayoría de sus destinatarios (los judíos) y se retira unos días a tierras extranjeras de Tiro y de Sidón, antiguos y florecientes puertos mediterráneos fenicios. Y allí, compartiendo con los paganos, tuvo lugar el encuentro, que narra el Evangelio, con la mujer cananea.
También el profeta Elías, cuyo mensaje recogimos el pasado Domingo, conoció a una viuda de Sarepta en el territorio de Sidón, que le acogió con calurosa hospitalidad, renunciando incluso al sustento que tanto necesitaban ella y su hijo.
La actitud de Jesús resulta desconcertante, sobre todo cuando un tiempo antes había recomendado a los discípulos, a quienes envió a predicar, que “no entraran en tierras de paganos, sino a las ovejas descarriadas de Israel”.Afirmación que se repite aquí.
Quizás sea un juego de ideas y palabras del evangelista Mateo, que cuestiona la identificación de ser judío= religioso o extranjero= pagano..
El testimonio de vida de Jesús no se corresponde con etiquetas descalificadoras sobre personas y grupos, que tanto condicionan las relaciones humanas..
No hace falta ir muy lejos para constatar hoy día cómo señalamos con el dedo a los miembros de algunas autonomías con calificativos de peseteros, chulos, fanfarrones, fuleros, retorcidos... Después nos llevamos chascos monumentales cuando esas barreras ficticias se rompen y reconocemos más íntimamente a la persona en el contacto con la vida real.
El rechazo de una parte del pueblo judío al mensaje de Jesús traumatizó por mucho tiempo a Pablo, uno de los más tenaces seguidores del Maestro de Galilea, a quien habría gustado no vivir el sufrimiento y la vergüenza que le ocasionaba la ingratitud de los primeros llamados al banquete de bodas del Mesías. Gente además de su raza y de su misma condición social, perfectos conocedores de las Sagradas Escrituras.
Jesús reconoce- y esto es lo más importante- la grandeza de corazón y la profunda fe de la mujer cananea, que acepta con humildad y gratitud las migajas que los otros desprecian.
Repasemos nuestra historia reciente, con el “boom” económico, provocado por el desarrollo del fenómeno de la inmigración.
¿Han venido los extranjeros a robarnos el pan y quitarnos el trabajos, como afirman algunos? ¿o están recogiendo las migajas de contratos basura y trabajos que nosotros rechazamos, porque aspiramos a cotas más altas?
Para ellos esto significa huir del hambre y la miseria para alimentar una esperanza que se estaba muriendo en sus lugares de origen. Lo mismo que para la mujer cananea.
Pero, con una diferencia sustancial: ella cree cuando otros privilegiados que convivían con Jesús- como Pedro- dudan de su poder.
Hemos apolillado la memoria, porque olvidamos que, hace menos de treinta años, éramos un país de emigrantes que salíamos a “hacer las américas” o a peregrinar por Centroeuropa, con todas las adversidades climatológicas, lingüísticas, de vivienda o de diversa índole.
Ya hemos analizado el fenómeno en otras ocasiones. Pero, conviene que refresquemos la memoria para no adentrarnos de nuevo en racismos trasnochados y ridículos y valoremos la mutua pertenencia por encima de cualquier sambenito peyorativo de “moro”, “gitano” o “suraca”.
La sociedad del futuro.
Caminamos hacia una sociedad multicultural y multiétnica, de afirmación de los derechos y de las libertades. Algunos se resisten, porque ven mermados sus privilegios y disminuida la esfera de su influencia mediática. Pero la mezcla de razas y de culturas, así como la convivencia en paz con otros religiones no sólo no degrada al ser humano, sino que lo dignifica.
Llegará el día que tengamos un Papa de color negro, para bochorno y escarnio de quienes defendieron que Dios es blanco.
Ahora mismo el porcentaje más alto de cristianos en el mundo se sitúa en Iberoamérica.
También puede desplazarse la hegemonía política y económica a otros continentes.
Si rechazamos el don gratuito de Dios, no nos extrañemos que otros lo recojan con inmensa alegría. “Quien siembra vientos...”
Trasvasemos los egoísmos de nuestras vidas al canal purificador de Jesús, donde de verdad corre la corriente de la vida que alimenta a todos los pueblos.