Una parábola moderna.
El jesuita Tony de Mello, en su conocido libro “El canto del pájaro” cuenta la siguiente parábola:“Durante una guerra, los habitantes de una aldea ocultaban a un hombre, que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían. El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación sospechaba su presencia en el pueblo y exigía su entrega para no tomar duras medidas contra la población. El Consejo de la aldea tuvo largas reuniones sin llegar a una conclusión. Finalmente plantearon el problema al cura del pueblo. El cura y el alcalde se pasaron toda la noche buscando las Escrituras y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía:”Es mejor que muera un solo por el pueblo y no que perezca toda la nación”.
Aquel buen hombre fue entregado, torturado y ejecutado...
Veinte años después pasó por aquel pueblo un profeta, que recriminó al alcalde:”¿Qué hiciste?. Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país”
“Y qué podía hacer yo?”- alegó el alcalde. El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia”
“Ese fue vuestro gran error- dijo el profeta- Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos”
La clave de toda buena comunicación está en saber escuchar.
La interpretación de la Parábola del Sembrador fue dada por la Primitiva Comunidad Cristiana y queda reflejada en los sinópticos.
La clave está en la ESCUCHA. Porque la Palabra de Dios se dirige a todos por igual; la semilla es idéntica, aunque varía la receptividad del campo.
Para ESCUCHAR: cuando a la persona no la tenemos físicamente presente, es necesario abrir la mente y el corazón a su mensaje, dejarse empapar por su cercanía y empatizar con ella.
Cuando la persona está presente, la escucha bien entendida empieza por mirar a los ojos para “alcanzar” toda la expresión de su “no verbal”, que suele ir mucho más allá que las palabras. Un gesto, una sonrisa expresiva, una actitud atenta es más importante que las mismas palabras. Porque podemos pronunciar bonitas palabras, carentes de sentimiento humano, donde la persona no se involucra para nada. Busca sencillamente deslumbrar, convencer al otro con argumentos, promesas vanas e ideologías deslumbrantes.
La gente poco a poco diferencia, por las experiencias y batacazos que da la vida, entre lenguaje político, lenguaje económico, lenguaje académico... y familiar.
En el familiar la persona se involucra y transmite sus sentimientos e ideas con la espontaneidad del que se siente valorado, reconocido, querido y escuchado. Es alguien en concreto y no un número en el abigarrado mundo social.
El objetivo de toda buena escucha es comprender, aceptar, sintonizar con los sentimientos de la otra persona para compartir con ella la profundidad de sus ideas, vencer su soledad y “romper” con esos resortes defensivos que nos impiden manifestarnos tal como somos. Si nace, como resultado de la escucha, la confianza, habremos ganado un amigo de los de verdad, ajeno al mundo de los intereses y abierto al don gratuito y generoso.
Escuchar a JESÚSJesús se está describiendo a sí mismo en esta maravillosa parábola del sembrador, que es como una síntesis del resto de las parábolas.
El es el sembrador, que ha venido a esparcir la semilla del Reino de Dios, en medio de un pueblo con muchos estratos de permeabilidad.
El sabe cuánto se arriesga en cada grano, lanzado a voleo sobre una desagradecida tierra.
El campo palestino no es como las fértiles llanuras del mundo occidental. A menudo ligeras capas de tierra se asientan en bancales sostenidos por piedras. Hay maleza en los pequeños valles, caminos polvorientos, eriales de piedras y zonas, donde la profundidad del sembrado permite abundantes cosechas. Corre el riesgo de que su semilla se pierda en el laberinto de la dureza y de los desaprensivos que se la comen sin haberla dejado germinar.
Habrá personas que le escuchan con atención y reciban la Palabra con ferviente entusiasmo, pero sin haberla dejado entrar en su corazón. Personas que viven en la superficialidad y en el “picoteo”. Cualquier idea anula la anterior. Pero nunca acaban nada tras haberlo probado todo. Serán los que abandonarán a Jesús a la primera dificultad. Otros son más perseverantes, de buenos sentimientos y excelente voluntad, pero dejan que el mal crezca en su corazón al lado del bien, sin ponerle coto y adoptar medidas que detengan su avance. Estos le traicionarán y terminarán dándose cuenta de su equivocación. Sucedió con los Apóstoles.
Unos pocos, como la Virgen María, mantuvieron su campo abonado, permeable, abierto al riego del Espíritu. Y La semilla del reino creció, creció y creció hasta constituirse en un frondoso árbol.
Este es el desquite del sembrador y su certeza firme de que siempre habrá una semilla que fructifique y abra el camino a nuevas sementeras.
Escuchemos a Dios y escuchemos a los hombres. Porque la escucha humana guarda parentesco con la escucha a Dios. Si decimos que escuchamos a Dios e ignoramos a los hermanos, nos escuchamos tan sólo a nosotros mismos..
Nuestra vida cristiana mejorará sin duda si nos abrimos de verdad a una escucha sincera y sentida.
El jesuita Tony de Mello, en su conocido libro “El canto del pájaro” cuenta la siguiente parábola:“Durante una guerra, los habitantes de una aldea ocultaban a un hombre, que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían. El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación sospechaba su presencia en el pueblo y exigía su entrega para no tomar duras medidas contra la población. El Consejo de la aldea tuvo largas reuniones sin llegar a una conclusión. Finalmente plantearon el problema al cura del pueblo. El cura y el alcalde se pasaron toda la noche buscando las Escrituras y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía:”Es mejor que muera un solo por el pueblo y no que perezca toda la nación”.
Aquel buen hombre fue entregado, torturado y ejecutado...
Veinte años después pasó por aquel pueblo un profeta, que recriminó al alcalde:”¿Qué hiciste?. Aquel hombre estaba destinado por Dios a ser el salvador de este país”
“Y qué podía hacer yo?”- alegó el alcalde. El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia”
“Ese fue vuestro gran error- dijo el profeta- Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haber mirado a sus ojos”
La clave de toda buena comunicación está en saber escuchar.
La interpretación de la Parábola del Sembrador fue dada por la Primitiva Comunidad Cristiana y queda reflejada en los sinópticos.
La clave está en la ESCUCHA. Porque la Palabra de Dios se dirige a todos por igual; la semilla es idéntica, aunque varía la receptividad del campo.
Para ESCUCHAR: cuando a la persona no la tenemos físicamente presente, es necesario abrir la mente y el corazón a su mensaje, dejarse empapar por su cercanía y empatizar con ella.
Cuando la persona está presente, la escucha bien entendida empieza por mirar a los ojos para “alcanzar” toda la expresión de su “no verbal”, que suele ir mucho más allá que las palabras. Un gesto, una sonrisa expresiva, una actitud atenta es más importante que las mismas palabras. Porque podemos pronunciar bonitas palabras, carentes de sentimiento humano, donde la persona no se involucra para nada. Busca sencillamente deslumbrar, convencer al otro con argumentos, promesas vanas e ideologías deslumbrantes.
La gente poco a poco diferencia, por las experiencias y batacazos que da la vida, entre lenguaje político, lenguaje económico, lenguaje académico... y familiar.
En el familiar la persona se involucra y transmite sus sentimientos e ideas con la espontaneidad del que se siente valorado, reconocido, querido y escuchado. Es alguien en concreto y no un número en el abigarrado mundo social.
El objetivo de toda buena escucha es comprender, aceptar, sintonizar con los sentimientos de la otra persona para compartir con ella la profundidad de sus ideas, vencer su soledad y “romper” con esos resortes defensivos que nos impiden manifestarnos tal como somos. Si nace, como resultado de la escucha, la confianza, habremos ganado un amigo de los de verdad, ajeno al mundo de los intereses y abierto al don gratuito y generoso.
Escuchar a JESÚSJesús se está describiendo a sí mismo en esta maravillosa parábola del sembrador, que es como una síntesis del resto de las parábolas.
El es el sembrador, que ha venido a esparcir la semilla del Reino de Dios, en medio de un pueblo con muchos estratos de permeabilidad.
El sabe cuánto se arriesga en cada grano, lanzado a voleo sobre una desagradecida tierra.
El campo palestino no es como las fértiles llanuras del mundo occidental. A menudo ligeras capas de tierra se asientan en bancales sostenidos por piedras. Hay maleza en los pequeños valles, caminos polvorientos, eriales de piedras y zonas, donde la profundidad del sembrado permite abundantes cosechas. Corre el riesgo de que su semilla se pierda en el laberinto de la dureza y de los desaprensivos que se la comen sin haberla dejado germinar.
Habrá personas que le escuchan con atención y reciban la Palabra con ferviente entusiasmo, pero sin haberla dejado entrar en su corazón. Personas que viven en la superficialidad y en el “picoteo”. Cualquier idea anula la anterior. Pero nunca acaban nada tras haberlo probado todo. Serán los que abandonarán a Jesús a la primera dificultad. Otros son más perseverantes, de buenos sentimientos y excelente voluntad, pero dejan que el mal crezca en su corazón al lado del bien, sin ponerle coto y adoptar medidas que detengan su avance. Estos le traicionarán y terminarán dándose cuenta de su equivocación. Sucedió con los Apóstoles.
Unos pocos, como la Virgen María, mantuvieron su campo abonado, permeable, abierto al riego del Espíritu. Y La semilla del reino creció, creció y creció hasta constituirse en un frondoso árbol.
Este es el desquite del sembrador y su certeza firme de que siempre habrá una semilla que fructifique y abra el camino a nuevas sementeras.
Escuchemos a Dios y escuchemos a los hombres. Porque la escucha humana guarda parentesco con la escucha a Dios. Si decimos que escuchamos a Dios e ignoramos a los hermanos, nos escuchamos tan sólo a nosotros mismos..
Nuestra vida cristiana mejorará sin duda si nos abrimos de verdad a una escucha sincera y sentida.