23 de noviembre de 2012

Viernes de la 33ª semana del Tiempo Ordinario. Ciclo B.



Santos: Clemente I de Roma, Papa; Columbano de Bobbio, abad. Beato Miguel Agustín Pro Juárez, mártir. Memoria libre (Rojo)

LA FUERZA DE LA PROFECÍA
Ap 10,8-11; Lc 19,45-48
El capítulo décimo del Apocalipsis nos habla de un segundo libro diferente al que habíamos encontrado en el capítulo quinto. Por sus rasgos, dulce y amargo a la vez, es identificado a partir de la profecía de Ezequiel, como un rollo que contiene la palabra profética. La intención del fragmento es mostrar y recordar que los cristianos tenemos la misión de testimoniar a Cristo, y realizar así, una función profética. Los abusos de poder operantes en la sociedad dominada por la política imperial no son poca cosa; al contrario, son una negación del Señorío de Dios y una afrenta a la dignidad de sus fieles. Los cristianos no pueden quedarse callados ante esa institución idolátrica. El Señor Jesús, tal como lo refiere el Evangelio de san Lucas, no permaneció indiferente ante el manoseo descarado de la religiosidad que se vivía en el templo de Jerusalén. Su gesto profético fue rotundo, no se quedó en una prédica encendida, sino que echó al suelo los símbolos ofensivos de la religiosidad degradada. Sus adversarios no se lo perdonaron y le amargaron los últimos días de su existencia profética, pero Dios lo rescató de manos de sus verdugos.

ANTÍFONA DE ENTRADA
Este hombre es un verdadero mártir, ya que derramó su sangre por Cristo; no temió las amenazas de quienes lo juzgaron y mereció así el Reino de los cielos.

ORACIÓN COLECTA
Dios y Padre nuestro, que concediste a tu siervo Miguel Agustín, en su vida y en su martirio, buscar ardientemente tu mayor gloria y la salvación de los hombres, concédenos, a ejemplo suyo, servirte y glorificarte cumpliendo nuestras obligaciones diarias con fidelidad y alegría, y ayudando eficazmente a nuestros prójimos. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Tomé el librito y me lo comí.

Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan: 10, 8-1

Yo, Juan, oí de nuevo la voz que ya me había hablado desde el cielo, y que me decía: "Ve a tomar el librito abierto, que tiene en la mano el ángel que está de pie sobre el mar y la tierra".

Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito.
Él me dijo: "Tómalo y cómetelo. En la boca te sabrá tan dulce como la miel, pero te amargará las entrañas".
Tomé el librito de la mano del ángel y me lo comí. En la boca me supo tan dulce como la miel; pero al tragarlo, sentí amargura en las entrañas. Entonces la voz me dijo: "Tienes que volver a anunciar lo que Dios dice acerca de muchos pueblos, naciones y reyes". 

Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Comentario:
Dulce y Amargo

La profecía del vidente tiene sabor dulce en la boca y amargo en el estómago. Algo semejante vivió Ezequiel (3,1-6). También en el caso de Ezequiel hay dulzura en la boca y también este alimento está relacionado con el ministerio de la predicación. Cosa que tiene sentido: ¿cómo dará el predicador de lo que no ha recibido o no le ha alimentado?

Mas Ezequiel no tuvo que sentir la amargura en el estómago. Una palabra es dulce porque agrada a nuestra inteligencia; es amarga por las consecuencias que trae, como el alimento muestra su pesadez en el estómago y no en el paladar. Es, pues, "pesada" la palabra que debe pronunciar el profeta; es una palabra que trae efectos, consecuencias dolorosas. De esto han hablado muchos predicadores. Pablo se queja: "¿Quién ha creído en nuestro anuncio?" (Rom 10,6), y en esto no hace sino repetir la voz de un profeta (Is 53,1). Eso es amargo.

Y es amargo también ver, como Jeremías, que lo que fue anunciado para conversión tristemente debe realizarse como castigo (cf. Jer 36,31). Por algo advierte Pablo a Timoteo: "Pero tú, sé sobrio en todas las cosas, sufre penalidades, haz el trabajo de un evangelista, cumple tu ministerio" (2 Tim 4,5). Todos en realidad hacen eco de la advertencia de Cristo: "os envío como corderos en medio de lobos" (Lc 10,3). Mas no desfallecemos, porque "los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares" (Sal 126,5).


Del salmo 118 R/. Mi alegría es cumplir tus mandamientos.

Más me gozo cumpliendo tus preceptos que teniendo riquezas. Tus mandamientos, Señor, son mi alegría, ellos son también mis consejeros. R/.
Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata. ¡Qué dulces al paladar son tus promesas! Más que la miel en la boca. R/.
Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón. Hondamente suspiro, Señor, por guardar tus mandamientos. R/.



ACLAMACIÓN (Jn 10, 27) R/. Aleluya, aleluya.

Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco y ellas me siguen. R/.


Ustedes han convertido la casa de Dios en cueva de ladrones

Del santo Evangelio según san Lucas: 19, 45-48

Aquel día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones".
Jesús enseñaba todos los días en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo, intentaban matarlo, pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras. 

Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario:
Purificando la Casa de Dios

La voz del profeta y del predicador realiza un ministerio de limpieza, de purificación (cf. Jn 15,3). También hay acciones que purifican, como la que vemos hoy en la acción de Jesús. Seguramente todos amamos la pureza y todos queremos ser templos vivos del Dios vivo (cf. 1 Cor 6,19). Pregunta: ¿estamos dispuestos a ser purificados por el Señor, aunque ello implicara algo como la escena que vemos hoy en el Evangelio?

Jesús purifica el templo y luego inicia un intenso ministerio de predicación en el templo purificado. La pureza no es un fin en sí misma, sino un espacio que abrimos para acoger más y mejor la gracia y la palabra. La pureza es como el silencio: nos libera del peso muerto, del pasado estéril, del ruido estorboso, y nos abre el mensaje precioso del Dios Santo y Bello.

El acto de Jesús se convierte en una especie de sentencia de muerte contra sí mismo. La purificación por la palabra llegará a ser purificación por la Sangre. Puesto en el Lugar Santo por excelencia, según el sentir de los judíos, su palabra barre no sólo los negocios de quienes comerciaban en el templo, sino también las pesadas y engañosas cargas de quienes se tenían por maestros del pueblo. Cristo los desautoriza; clausura un tiempo que ya no daba más de sí, e inaugura una realidad nueva que tiene por centro su mensaje y su vida misma. Es lógico que sus adversarios le vieran como un estorbo chocante en extremo, y que, dentro de esa lógica, buscaran el modo de quitarlo de en medio.

Finalmente, sin embargo, y a precio de Sangre, el templo es ahora nuevo. El Lugar Santo es el Cuerpo de Cristo, presente y vivo en nuestro altar, en nuestras manos, en nuestro corazón. Viene hoy también Jesucristo a dar pureza y a invadir con su diluvio de amor y justicia nuestra existencia.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Te pedimos, Padre nuestro, que al presentarte este pan y este vino para el sacrificio eucarístico, te presentemos también nuestra vida para que, por intercesión de tu mártir Miguel Agustín, merezcamos un día ser asociados plenamente como él a la oblación de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Jn 12, 24-25)
Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da fruto abundante.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Padre, que esta Eucaristía nos purifique de todo egoísmo, y nos dé fuerza para vivir cada día, a ejemplo de tu mártir Miguel Agustín, al servicio de nuestros hermanos, con los sentimientos del Corazón de tu Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Homilías de Fr. Nelson Medina, O.P.