Lecturas
Domingo 26 de Junio del 2011
Primera lectura
Lectura del libro del Deuteronomio (8,2-3.14b-16a):
Moisés habló al pueblo, diciendo: «Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus preceptos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 147,12-13.14-15.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. R/.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (10,16-17):
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,51-58):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del Domingo 26 de Junio del 2011
José María Vegas, cmf
La carne de Cristo es nuestro pan
La vuelta a la vida cotidiana y los destellos de la Pascua
El fin de la Pascua ha significado litúrgicamente el retorno a la vida cotidiana. Abandonamos el oasis de luz del tiempo pascual y nos enfrentamos con las ocupaciones y preocupaciones de todos los días. La vida cotidiana es con frecuencia algo gris y puede convertirse con facilidad en la tumba de los grandes ideales. Así también en la vida cristiana: la luz de la Pascua se apaga ante la presión de la realidad chata y estrecha. Pero el retorno litúrgico a la vida cotidiana (a Galilea) quiere decirnos que no tiene por qué ser así. De hecho, el paso a la cotidianidad lo ha marcado Pentecostés, la tercera Pascua cristiana, una nueva explosión de luz. Volvemos a la vida cotidiana iluminados por el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús (que está con nosotros hasta el fin del mundo), el Espíritu del Amor.
De este modo, la liturgia nos dice que la vida cotidiana no es el lugar que entierra nuestros ideales, sino el campo en el que se han de realizar. Los ideales no pueden ser sólo hermosas ideas con las que nos evadimos de la realidad, sino que son universos de valor y de sentido que deben adquirir carne en los acontecimientos, con frecuencia menudos, que componen nuestra vida. La encarnación, como la de Jesús, como toda realización, es siempre un cierto empequeñecimiento, una “kénosis”, un anonadamiento, pero es también una concreción que da densidad real a los ideales puros y abstractos.
Así pues, aunque la Pascua ha terminado y hemos regresado a la cotidianidad de nuestra vida, a Galilea, la liturgia no parece querer despedirse tan deprisa de ese tiempo luminoso. Van apareciendo los destellos de la luz Pascual. El primero, el domingo posterior a Pentecostés, ha sido la fiesta de la Santísima Trinidad, la revelación de la vida interna de Dios, que no es otra cosa que amor: unidad en la diferencia. Y, de hecho, la encarnación del ideal cristiano, de todo el mensaje de la Pascua, es sencillamente el amor, realizado en las pequeñas cosas de la vida cotidiana. El amor no es “una norma”, menos aún una “entre otras”, sino la misma vida de Dios recibida como don y actuando en nosotros. Vivir con sentido, infundir valor a lo que hacemos, ser capaces de renunciar a ciertos caprichos dictados por nuestro egoísmo, estar por encima de nuestros humores y estados de ánimo para prestar atención a lo que realmente vale la pena y a los que nos rodean…, todo eso realiza, aunque sea imperfectamente, el ideal del amor cristiano. Todo eso es posible, y es fruto del Espíritu.
El segundo destello de la luz pascual en el tiempo ordinario es esta solemnidad del Corpus Christi, que tradicionalmente se celebraba el jueves siguiente al domingo de la Trinidad, y que ahora se ha trasladado a este domingo, y que nos alimenta y da fuerzas para amar en el camino de nuestra vida cotidiana.
Comida y bebida para atravesar el desierto
Y es que todos sabemos por experiencia propia que el amor no es un hermoso sentimiento romántico, sino una forma de vida muy exigente que encuentra en nosotros mismos y alrededor de nosotros fuertes resistencias y oposiciones. En el camino de la vida experimentamos nuestra propia debilidad, lo escasas que son nuestras fuerzas para perseverar en el bien, en el mandamiento del amor. La vida se asemeja a veces a ese desierto “inmenso y terrible” de que habla la primera lectura. Es verdad que el desierto es de una impresionante belleza. No podemos injuriar a la vida ni a su Autor, que todo lo hizo bueno y “muy bueno”. Pero tampoco podemos ocultar las durezas y dificultades, a veces terribles, que la vida lleva consigo. En este sentido podemos entender que la vida con frecuencia nos aflige y nos pone a prueba: ahí se revela la consistencia y autenticidad de nuestros valores y de nuestros ideales. Pero esto no significa que Dios nos haya “arrojado” a la existencia, y nos haya dejado a la intemperie para que nos las arreglemos como podamos. En el desierto, en medio de grandes dificultades, el pueblo de Israel experimenta la solicitud de Dios para con él: en aquel sequedal sin una gota de agua sacó agua de la roca y lo alimentó con el maná. Es muy significativo que el texto del Deuteronomio subraye el sentido no exclusivamente material de esa solicitud divina: más importante que el pan y el agua es la fe en Dios, porque “no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios”. El maná es algo más que un sucedáneo del pan de trigo o de cebada, es un signo y sacramento de la voluntad liberadora y salvífica de Dios, y, en consecuencia, de la confianza del hombre en esa providencia paterna. Y nosotros sabemos que lo que sale de la boca de Dios es su Palabra, que ha adquirido carne y sangre en Jesucristo.
Jesús, pan de vida
Jesús mismo lo dice de sí: él es el verdadero maná que nos alimenta en el camino a veces desértico de la vida, el que nos da la vida eterna, la vida plena. El maná que recibió Israel en el desierto del Sinaí era sólo símbolo y promesa de este pan que ha bajado del cielo. No puede dejar de sorprendernos el crudo realismo con el que Jesús nos comunica hoy esta verdad. Parece querer subrayar que no está hablando sólo en sentido simbólico, que lo que dice no es una mera parábola ni una metáfora: él es pan vivo, y nosotros tenemos que comer su carne y beber su sangre si queremos participar realmente de esa vida que ha venido a traernos. La mezcla de escándalo y sorpresa que suena en la pregunta de los judíos tiene que resonar también en nosotros, si queremos superar la aceptación rutinaria y superficial y entrar en una comprensión más profunda de este misterio, el misterio de nuestra fe.
Jesús, que no ha venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles su cumplimiento (cf. Mt 5, 17), él mismo es el cumplimiento de la Antigua Alianza. Es decir, Jesús no cumple la antigua ley completándola con nuevos preceptos, o sustituyendo, suavizando o radicalizando los viejos, sino que él mismo se convierte en Ley para sus discípulos, ley escrita en el corazón que lleva a perfección y cumplimiento las antiguas promesas; él es el nuevo Templo, destruido y reconstruido en tres días (cf. Jn 2, 19), en el que los adoradores verdaderos adoran al Padre en espíritu y verdad (cf. Jn 4, 23), porque él es al mismo tiempo el Sacerdote, Víctima y Altar, que ha realizado el sacrificio agradable a Dios de una vez y para siempre ofreciéndose a sí mismo (Hb 7, 27). En idéntico sentido, Jesús es el verdadero maná, el pan verdadero que nos alimenta y nos da fuerzas para, atravesando las pruebas de la vida, podamos ya desde ahora gustar las primicias de la vida eterna.
El crudo realismo de las expresiones usadas por Jesús en el capítulo sexto del Evangelio de Juan corresponde con sus palabras en la última cena de los otros Evangelios: “esto es mi Cuerpo, esto es mi Sangre”. Jesús no utiliza aquí el giro usado en otras ocasiones: “yo soy el buen pastor, yo soy el agua viva, …”; sino una expresión indicativa y directa: “mi cuerpo, esta es mi sangre”, que subraya el realismo fuerte de esa identificación. Pero este realismo, ¿a qué realidad alude? Una vez más, ¿no han de suscitar estas afirmaciones tan duras una protesta similar a la de aquellos judíos contemporáneos de Jesús?: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
El cáliz bendecido y el pan partido
El texto de Pablo a los Corintios nos ayuda a entender el sentido profundo de este comer y beber, de esta presencia real del cuerpo y la sangre de Cristo en el pan y el vino eucarísticos. La realidad de que hablamos aquí es algo más (y algo más profundo) que una mera realidad física (sería mejor decir, físico-química), es algo más que meras “cosas”, inertes y estáticas. Como dice Pablo, se trata de un cáliz bendecido, por el que entramos en comunión con la sangre de Cristo; y de un pan partido, por el que entramos en comunión con su cuerpo. El pan de trigo y el fruto de la vid se introducen en una acción simbólica y litúrgica que les da un significado nuevo y real: la Pasión de Cristo, en la que Jesús entregó realmente (y no sólo de modo simbólico) su cuerpo y derramó realmente su sangre por nosotros, por puro amor. No en vano, cuando el sacerdote tras la consagración anuncia: “Este es el sacramento de nuestra fe”, la asamblea proclama y confiesa: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. Es este realismo de la Muerte y Resurrección de Cristo lo que da realidad a su gesto, realizado en la última cena, de repartir el pan y el vino entre sus discípulos, para que ellos lo hicieran en memoria suya. No es una mera transformación “físico-química” entre cosas estáticas y cerradas sobre sí, por la que “una cosa” (un trozo de pan, un poco de vino) se convierte en “otra cosa” (un pedazo de carne, unas gotas de sangre), sino de una dinámica de relación y de entrega: es un vino bendecido y derramado como la sangre de Cristo, un pan partido y entregado como el cuerpo de Jesús en la Cruz. La presencia real del cuerpo y sangre de Cristo en el pan partido y el cáliz bendecido responde, por tanto, a la realidad dinámica del salir de sí, ir al encuentro, dar la vida, entrar en comunión.
Comer la carne y beber la sangre de Cristo en el pan y el vino eucarísticos significa entrar en una comunión vital con Él para hacer así propia y real en uno mismo la dinámica de la vida de Cristo: una vida entregada hasta la muerte. Por eso es tan importante alimentarse con este pan y este cáliz, comer esta carne y beber esta sangre: sólo así podemos hacer de nuestra propia vida una ofrenda de amor a los demás como la del mismo Cristo, encarnando de esta manera en nuestra cotidianidad la luz de la Pascua, el ideal realizado que hemos contemplado en la muerte y resurrección de Jesucristo.
Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo: la Iglesia
La comunión en el cuerpo y la sangre de Cristo no sólo nos sirve de alimento para el camino a título individual. El sacramento eucarístico es comunitario por antonomasia. La comunión con Cristo nos hace entrar en comunión entre nosotros, y así se constituye la Iglesia. La celebración del Corpus Christi no puede ser más que la celebración de la comunidad de los discípulos reunidos en torno a Jesús para escuchar su Palabra, reconciliarse entre sí, si hay alguna enemistad entre ellos, interceder por las necesidades de todo el mundo, alabar al Padre común y reforzar la comunión en un mismo cuerpo al comer todos del mismo pan que Jesús parte para nosotros.
Y si cada uno, al entrar en comunión con el Cristo que entrega en la Cruz su cuerpo y derrama su sangre, recibe fuerzas para realizar en su vida cotidiana el sacrificio del amor, asimismo la Iglesia, cuerpo de Cristo, tiene que vivir no para sí, sino para anunciar la Buena Noticia de la Pascua, haciéndola real mediante la propia entrega, hasta derramar su sangre si es preciso, por la salvación del mundo entero.
Liturgia Viva
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
1.Un Pan, un Cuerpo
2.Soy Yo, Que Me Entrego a Uds.
Saludo (Ver Evangelio)
Jesús nos dice hoy en el Evangelio:
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Quien coma de este pan vivirá para siempre; y el pan que yo doy para la vida del mundo es mi carne”.
Que Jesús, el Señor, nos dé siempre este pany que permanezca siempre con ustedes.
Introducción por el Celebrante (Dos Opciones)
Un Pan, un Cuerpo
¿Dónde, en nuestra vida cristiana, encontramos a Jesús el Señor con más frecuencia y al más profundo nivel? ¿Acaso no es en la eucaristía de cada domingo (o de cada día), donde él se convierte para nosotros en alimento y bebida? ¿Acaso no es éste el centro de toda nuestra vida cristiana? Nuestra fe nos dice: Aquí está el Señor; aquí se nos da a sí mismo, en su cuerpo, alma y divinidad. --- Aquí él nos enseña a darnos a nosotros mismos, unos a otros. --- Demos, pues, gracias a Jesús que está siempre aquí con nosotros.
Soy Yo, Que Me Entrego a Uds.
Cuando una persona está a punto de morir y da un mensaje de despedida a sus familiares y a sus amigos, sabemos que esas palabras salen del corazón, y nunca las olvidamos. En la víspera de su muerte, en la Última Cena, Jesús dijo: “Éste es mi cuerpo entregado por ustedes; esta es mi sangre derramada por ustedes. Hagan esto en mi memoria”. Allí, como en la cruz, Jesús se dio totalmente a sí mismo, para que nosotros vivamos, y nos pidió que hagamos nosotros lo mismo, para que otros vivan. Celebremos este sublime misterio ahora en esta eucaristía.
Acto Penitencial
En la eucaristía Jesús nos hace participar en su vida, pero nuestros pecados nos impiden ser como Jesús.
Pedimos ahora al Señor que nos perdone.
(Pausa)
Señor Jesús, tú multiplicaste el pan para dar de comer a una muchedumbre hambrienta:
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo Jesús, tú te diste a ti mismo totalmente en la Última Cena y en la cruz:
R/ Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, tú tuviste sed y pediste a la mujer junto al pozo agua para beber, y sin embargo ahora tú te das a ti mismo como nuestra bebida de vida y alegría.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.
Ten misericordia de nosotros, Señor, danos el pan de tu perdón y la bebida de alegría de tu bondad compasiva.
Y llévanos a la vida eterna. R/ Amén.
Oración Colecta
Pidamos al Señor, Jesús, que sea siempre nuestro alimento de vida.
(Pausa)
Señor, Jesús:
Tú nos pides que seamos tu cuerpo
para la vida del mundo.
Aliméntanos aquí y ahora con tu palabra de vida,
danos tu cuerpo como comida
y tu sangre como bebida de alegría,
para que logremos ser más semejantes a ti
y aprendamos de ti a vivir
no ya solo para nosotros mismos
sino para Dios y para los hermanos.
Haz que logremos ser una sola mente y un solo corazón,
para que el mundo reconozca
que tú vives en nosotros.
Sé nuestro Señor y Salvador,
ahora y por los siglos de los siglos.
Primer Lectura (Dt 8,2-3, 14-16): Un Alimento para el Pueblo Necesitado
A su pueblo en necesidad en el desierto Dios le dio maná del cielo para comer y agua de la roca para beber, y así pudieran marchar hacia la tierra prometida. Hoy Dios nos da a nosotros la eucaristía, en nuestro camino hacia él.
Segunda Lectura (1 Cor 10,16-17): Un Pan, un Cuerpo
Nosotros cristianos, dice San Pablo, somos uno -o deberíamos ser- como cuerpo de Cristo, la Iglesia, pues compartimos juntos el único cuerpo eucarístico de Cristo.
Evangelio (Jn 6,51-58): Comida y Bebida Auténticas de Vida.
En la eucaristía Jesús es el pan que nos sustenta y nos ayuda a crecer en su vida; él es nuestro vino de alegría y resurrección.
Oración de los Fieles
Oremos para que Jesús, el Señor, sustente a todos los que tienen hambre de él en el camino de la vida. Y digámosle: R/ Quédate con nosotros, Señor.
Para que en todo el mundo nuestro Señor sea la fuerza de los que reciben su cuerpo y su sangre, y sea su compañero en la vida, roguemos al Señor: R/ Quédate con nosotros, Señor.
Para que Jesús, nuestro Señor, sea la fuerza de los que comparten su pan con sus hermanos, de forma que sirvan de inspiración para los que no saben todavía cómo compartir, roguemos al Señor: R/ Quédate con nosotros, Señor.
Para que Jesús sea la fuerza de los que ganan su pan con dificultad y de todos los que o no tienen o han perdido su empleo, roguemos al Señor: R/ Quédate con nosotros, Señor.
Para que Jesús, nuestro Señor, sea la fuerza de los enfermos que lo reciben en comunión y también de los que no pueden recibirle, para que de algún modo él esté siempre cercano a todos ellos, roguemos al Señor: R/ Quédate con nosotros, Señor.
Para que Jesús, nuestro Señor, sea la fuerza para todos nosotros, reunidos aquí para la eucaristía; que él sea nuestra alegría y la fuente de nuestra unidad y de nuestra entrega a los hermanos, roguemos al Señor: R/ Quédate con nosotros, Señor.
Quédate con nosotros, Señor, sé nuestra vida y nuestra felicidad, ahora y por los siglos de los siglos. R/ Amén.
Oración de Ofertorio
Señor, Jesús:
Así como una comida reúne juntos
a todos los miembros de la familia
y expresa su unidad,
así estamos ahora aquí,
reunidos como una familia en torno a tu mesa.
Reúnenos como a pueblo de tu alianza,
en unidad, amistad y paz,
con amor y con preocupación común
de los unos por los otros.
Que la entrega de ti mismo
llegue a ser carne y sangre en nosotros,
para que tú seas nuestro
Señor y Salvador
por los siglos de los siglos.
Introducción a la Plegaria Eucarística
De todo corazón demos gracias y alabanza al Padre por aceptar de buen grado que Jesús permanezca con nosotros en la eucaristía, como pan que nos alimenta en nuestro caminar hacia Dios y hacia los hermanos.
Introducción al Padrenuestro
Dios es nuestro Padre
que da pan a su pueblo.
Con las palabras de Jesús,
pidámosle el verdadero pan del cielo
que da vida al mundo.
R/ Padre nuestro…
Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de todos los males
y concede paz y unidad a tu Iglesia.
Guárdanos libres de pecado
fortalecidos con el alimento de la eucaristía.
Que este banquete nos dé fuerza
para superar nuestros miedos y ansiedades.
Y que nos prepare para la venida gloriosa
de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
R/ Tuyo es el reino…
Al Partir el Pan
(Es bueno, de vez en cuando, llamar la atención sobre el rito importante del partir el pan, que normalmente pasa desapercibido).
En la cruz a Jesús lo rompieron y aplastaron a causa de nuestros pecados. La noche de la Última Cena Jesús partió el pan de sí mismo para repartirlo a sus discípulos. Él parte de nuevo el pan de sí mismo para nosotros, aquí y ahora en la eucaristía, para que nosotros aprendamos también a compartirnos y a entregarnos unos a otros.
Invitación a la Comunión
Éste es Jesucristo, el Señor,
el pan bajado del cielo
que nos da vida para siempre.
Dichosos nosotros,
invitados a comer este pan
y a vivir unidos al Señor.
R/ Señor, no soy digno…
*(Nota: Esta “Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo” es el día más apropiado para dar la comunión bajo las dos especies de pan y vino, a condición de que sea pastoralmente factible).
Oración después de la Comunión
Señor Jesucristo:
Te damos gracias por habernos dado
tu cuerpo y sangre, todo tu ser,
y por hacernos sentir que somos uno,
como comunidad tuya.
Te pedimos que permanezcas con nosotros.
Fortalécenos para llevar a cabo
tu trabajo de amor, integridad y paz,
y para preparar el pan de nosotros mismos
a fin de compartirlo con otros.
Y que este santo banquete
que celebramos en tu memoria,
en esta fiesta de tu eucaristía,
sea para nosotros el signo y el anticipo
del banquete eterno
que esperamos gozar un día todos juntos contigo
por los siglos de los siglos.
Bendición
Hermanos: En esta celebración eucarística Jesucristo se nos ha dado a sí mismo para unirnos a él y unirnos también a los hermanos.
Él se ha entregado a sí mismo a nosotros, pueblo en marcha y peregrino, como nuestro pan de fuerza y de vida.
Le pedimos que nosotros también sepamos vivenciar esa misma actitud para poder fortalecer a todos los que nos rodean, especialmente a los más necesitados.
Y para llevar a cabo esta misión, que la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.