Sábado 25 de Junio del 2011
Primera lectura
Lectura del libro del Génesis (18,1-15):
En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacia calor. Alzó la vista y vio a tres hombres en pie frente a él.
Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.»
Contestaron: «Bien, haz lo que dices.»
Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo: «Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.»
Él corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche, el ternero guisado y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.
Después le dijeron: «¿Dónde está Sara, tu mujer?»
Contestó: «Aquí, en la tienda.»
Añadió uno: «Cuando vuelva a ti, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»
Sara lo oyó, detrás de la entrada de la tienda. Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus periodos.
Sara se rió por lo bajo, pensando: «Cuando ya estoy seca, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?»
Pero el Señor dijo a Abrahán: «¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: “Cómo que voy a tener un hijo, a mis años.” ¿Hay algo difícil para Dios? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.»
Pero Sara, que estaba asustada, lo negó: «No me he reído.»
Él replicó: «No lo niegues, te has reído.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 1,46-47.48-49.50.53.54-55
R/. El Señor se acuerda de la misericordia
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. R/.
Porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo. R/.
Y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos. R/.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
–como lo había prometido a nuestros padres–
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,5-17):
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»
Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.»
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le dijo a uno: “Ve” y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.»
Y al centurión le dijo: «Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.»
Y en aquel momento se puso bueno el criado. Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio
Enrique Martinez, cmf
NO SOY DIGNO
La cercanía de la fiesta del Corpus me invita a detenerme en esas palabras del centurión romano, que repetimos en cada Eucaristía, momentos antes de acercarnos a comulgar: «Señor, quién soy yo (no soy digno) para que entres bajo mi techo, basta con que lo digas de palabra... y mi criado quedará sano».
En otro tiempo no tan lejano se ponía casi como condición para acercarse a comulgar el haberse confesado antes, además de haber guardado debidamente el ayuno previo de una hora. Algunos piensan que hoy nos hemos marchado al otro extremo: que hoy se acerca cualquiera a comulgar sin haberse confesado vaya usted a saber desde cuándo, y que lo del ayuno previo muchos ni se acuerdan... con lo cual, la «gente» se acerca a comulgar de cualquier manera. Seguramente que el ayuno previo (que sigue vigente en los cánones de la Iglesia) quería ayudar a una preparación interior remota: una hora no es mucho tiempo, teniendo en cuenta que en otros tiempos más antiguos se exigía bastantes más horas. Y esta claro que no es coherente acercarse a recibir la Eucaristía, si se tiene conciencia de haber roto gravemente la comunión con Cristo o con los hermanos... (que es distinto de «tener que» confesarse antes, «para» poder comulgar).
No pretendo suscitar un debate sobre estos puntos. Pero tengo la impresión de que esas «medidas», aunque se siguieran, y aunque puedan tener su significado, no nos ayudan a ser «dignos». Porque nunca somos «dignos» de que el Señor entre en nuestra casa. Y tampoco estoy queriendo que se recupere aquella insistencia desorbitada y obsesiva de sentirse pecadores, miserables, escrupulosos y poca cosa, felizmente superada.
Lo que sí me parece es que nos hemos acostumbrado a recibir al Señor en nuestra casa como lo más natural del mundo. Que hemos perdido la capacidad de sorprendernos de que el Señor quiera habitar en nosotros, haciéndose nuestro huésped, para dialogar con nosotros, para que lo llevemos con nosotros allá donde vayamos, para que viva con nosotros cada segundo de nuestra vida. Nos parece tan «comprensible» que Dios haya querido hacerse pan y vino, que podamos encontrarle en esos sencillos dones de la tierra y del trabajo de los hombres. Y aún más sorprendente, que no pocos cristianos lo consideren como «algo no imprescindible» para ser cristianos, como algo que es suficiente recibir de vez en cuando, cuando nos apetece... como si fuera un «derecho» nuestro elegir cuándo nos viene bien encontrarnos con el Pan Vivo bajado del cielo para darnos la vida.
Creo que debiéramos estremecernos, asombrarnos, sobrecogernos, gozarnos y agradecer al Señor que sea él (y sólo él) quien haya decidido que seamos sus amigos («no me elegisteis vosotros»), hacernos «dignos» de ser Cuerpo suyo, presencia suya en nuestro mundo.
No quiero alargarme más: Quizá un buen rato de silencio orante «masticando» despacio estas palabras de aquel pagano que tenía más fe que muchos israelitas... para despertar en nosotros actitudes nuevas («¿quién soy yo?») al acercarnos a recibir en nuestra casa al que puede sanarnos, consagrarnos, acompañarnos, ayudarnos a cargar con nuestras dolencias y enfermedades, habitarnos...
El Cuerpo de Cristo. Amén.
Enrique Martínez, cmf
Liturgia Viva
DIOS VISITANTE, GRAN FE
(Año I. Gen 18:1-15; Mt 8: 5-17)
Introducción
Año I. Nuestra Primera Lectura habla hoy de la maravillosa visita de Dios a Abrahán para confirmarle su promesa. El monje Andrei Rubkev usó esta escena para su famoso icono de la Santísima Trinidad. Dios se invita a sí mismo para entrar en nuestras vidas. ¿Le reconocemos nosotros y lo recibimos?
Evangelio. Con una simple palabra, y pronunciada a distancia, Jesús restauró la salud del criado del centurión. como respuesta a la maravillosa fe de este oficial romano pagano. Este oficial pagano es modelo de fe para todos nosotros. Su fe le hace digno de tomar parte en el banquete del Reino. Y la Iglesia nos propone sus mismas palabras antes de recibir el cuerpo del Señor, en la comunión.
Colecta
Señor Dios nuestro:
Tú vienes y con frecuencia nos visitas,
pero cuántas veces también
no estamos atentos a tu venida.
Haznos conscientes de tu presencia,
para que te recibamos con ilusión
y nos enriquezcamos con tu visita.
Haznos apreciar altamente tu hospitalidad
cuando en la eucaristía
preparas para nosotros la mesa
de tu Hijo, Jesucristo, nuestro Señor.
Intenciones
Para que todos los pueblos de la tierra oigan claramente dónde se puede encontrar al Señor, llegar a conocer su nombre y suplicarle a él, oremos.
Para que nosotros nos cuidemos de los enfermos y les llevemos curación y fortaleza por medio de nuestra amistad y de palabras de aliento, oremos.
Para que sepamos dar la bienvenida a extranjeros y a desconocidos en nuestras comunidades cristianas, e invitarles a formar comunidad con nosotros, oremos.
Oración sobre las Ofrendas
Oh Dios, Padre de todos:
Traemos hoy ante ti este pan y este vino
para celebrar nuestra gratitud para contigo
al reunirnos en torno a Jesús, tu Hijo.
En él tú nos has aceptado.,
Hombres y mujeres
de todos los pueblos y culturas,
sentados a su mesa acogedora,
comen este pan de vida
y beben este vino de alegría.
Que todos conozcan tu nombre
y alaben tu amor que sana y fortalece.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús, el Señor.
Oración después de la Comunión
Padre nuestro que estás en el cielo:
Te damos sinceras gracias
porque tu Hijo pronunció sobre nosotros,
--indignos como somos--
su palabra sanadora.
Que ojalá él encuentre gran fe en nosotros,
como la encontró en el centurión..
También te damos gracias, Padre,
porque la promesa de Jesús se ha cumplido:
Muchos han venido del Este y del Oeste
para comer de la misma mesa con tu pueblo,
cuando nos unimos todos juntos en la eucaristía.
Acepta nuestra acción de gracias
por medio de Jesucristo, nuestro Señor.
Bendición
Hermanos:Que ojalá el Señor nos dirija también a nosotros, cuando oramos con sinceridad y humildad, las mismas palabras que dirigió al centurión: “Que se cumpla lo que has creído.” Y que el Dios todopoderoso les bendiga, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.