3 de julio de 2011

Misión de Jesús. Ciclo A.



Misión de Jesús.

Cuando Jesús habla al corazón:”venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados” ha experimentado ya el rechazo de los poderosos al Evangelio y la acogida entusiasta de la gente sencilla, que se abre al Reino de Dios, con la confianza de una ilusión, que adentra sus vidas en un mundo soñado, donde las personas son valoradas como hijas de Dios más que por su condición social o su pureza de sangre.





En estas palabras resuenan los sentimientos de Jesús, expresados en el evangelio según San Mateo: “Viendo al gentío, le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor”.
También lo había intuido el profeta Zacarías cuando afirma que el esperado no aparece triunfante con atuendo guerrero, sino “modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica”.

Nada detendrá a Jesús en su misión al lado de los pobres: ni su familia, que lo tomará por loco, ni el martirio de amigos como Juan el Bautista ni las presiones de los responsables religiosos ni el choque conflictivo con los que oprimen al pueblo.
Y, prepara a los suyos para que pasen por la misma experiencia de anunciar el mensaje sin discriminar a nadie y compartir la vida sin quedarse con el disfrute de los bienes.

El Evangelio habla de agobios. Pero no de los agobios procedentes del sistema de bienestar, sino de los agobios de aquellos que nunca son escuchados debido a su raza, su cultura o su pobreza.
En definitiva, esos agobios son los sufrimientos de una humanidad esclavizada, abocada a la marginación permanente, la soledad y el desamor.
El “sistema” en el poder justificará estas marginaciones con el tópico de que “siempre ha habido y habrá bolsas de pobreza”, que preocupan menos que la subida de la inflación y la bajada del producto interior bruto.

En este aspecto, los que sentimos la pertenencia a la Iglesia, no podemos justificar los problemas con una lectura derrotista sobre el hombre moderno, que se aleja de Dios, mientras no tomemos medidas para evitar el abandono de los intelectuales, los obreros y los jóvenes de las prácticas religiosas tradicionales.
Tampoco debemos recrearnos en un pasado de esplendor o en el mantenimiento actual de algunas estructuras caducas que piden un cambio urgente.
Este es un interrogante para ser estudiado.

Jesús se hace respuesta a los agobios de cada día. Se siente desbordado por las demandas de la gente. Unos piden pan; algunos, un ideal político; otros, signos. No puede contentar a todos ni satisfacer sus necesidades materiales, pero no se refugia en su casa para escapar a los reclamos del pueblo, ni se lamenta de su mala suerte, ni se mezcla en polémicas estériles. Hace lo que debe hacer hasta la extenuación, con una entrega sin límites, reflejando en su acción el rostro de Dios, Padre bondadoso, que quiere que todos vivamos como hermanos.


Ser receptivos al mensaje de Jesús.
Las desigualdades sociales que imperan en la actualidad y que son más lacerantes en los países subdesarrollados, han acentuado las necesidades de los pobres, más receptivos al mensaje de Jesús.

Me contaba una joven, que se ha ido a trabajar unos meses a Chulucanas (Perú), entre la gente más pobre, lo conmovida que se siente al atender un dispensario médico rural, sin apenas medios y con oleadas de enfermos en demanda de ayuda. Fue allí para evangelizar y vivir entre los indígenas una experiencia misionera. Se ha llevado la sorpresa de comprobar que su nivel de cristianismo es superior al nuestro, que ejercitan la caridad con un sentido solidario encomiable y colocan la hospitalidad como bandera en la acogida al más necesitado de ellos.

Suele ocurrir a menudo- y lo he escuchado en boca de muchos misioneros- que el evangelizador se convierte en evangelizado y que, a pesar de la penuria material sienten la cercanía de un calor humano que les subyuga y les “impide”abandonar su campo de misión.
Entendemos así mejor las palabras de Jesús y el gozo de los 72 discípulos, al regresar de su predicación, porque hasta los demonios se les sometían cuando hacían presente a Jesús.

Desde luego, el yugo del Señor es más llevadero que el de los hombres.
El primero anuncia la liberación y la salvación cimentada en el amor; el otro adultera las formas para camuflar fondos egoístas. Esta es la descarnada realidad.

Cuando nos sintamos solos, acorralados, abandonados, agobiados por el peso de las preocupaciones, sabemos que contamos con su acogida, su abrazo y su comprensión.
Recordemos las palabras de Pedro a Jesús:”Maestro, ¿a quién iremos? ¡Solamente tú tienes palabras de vida eterna!” (Juan 6, 69). para valorar más, si cabe, la oferta que el Señor nos hace en este Domingo.