Lecturas
Domingo 17 de Julio del 2011
Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría (12,13.16-19):
Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 85,5-6.9-10.15-16a
R/. Tú, Señor, eres bueno y clemente
Tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia, con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende la voz de mi súplica. R/.
Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.» R/.
Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,26-27):
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,24-43):
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero."»
Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré los secretos desde la fundación del mundo.»
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio
José María Vegas, cmf
El misterio del mal y la paciencia de Dios
La parábola del sembrador respondía al desaliento de los discípulos por la aparente falta de frutos de la predicación del Evangelio. La parábola del trigo y la cizaña responde a una forma más dramática de desconcierto en los discípulos de Jesús y que, por tanto, todos nosotros podemos experimentar. Es el que procede del escándalo del mal en el mundo y en la Iglesia. No se trata sólo de que la Buena Noticia se extienda con gran dificultad, hasta el punto de que nos pueda parecer que la misión de la Iglesia es un esfuerzo estéril. Es que además, con frecuencia, tenemos la sensación de que el mal es mucho más poderoso que el bien y se impone con mayor velocidad y eficacia. Y no se trata sólo del mal “en el mundo”, sino también en el campo de la Iglesia, en medio de aquellos que han acogido la buena semilla de Jesucristo. Esta es en verdad una gran causa de escándalo para creyentes y no creyentes, para miembros de la Iglesia y para los que se sienten fuera de ella. El mal (y hoy hablamos sólo del mal moral, el que depende exclusivamente de la voluntad del hombre), que parece dominar por todo el mundo en forma de injusticia, violencia, corrupción, pobreza, marginación, desigualdad y un etcétera que se podría prolongar casi indefinidamente, se hace presente también en la Iglesia: allí donde la semilla de la Palabra ha encontrado buena tierra y debería producir frutos sobreabundantes de vida nueva resulta que crecen también los amargos frutos del mal que Jesucristo ha venido a combatir.
El escándalo puede llegar hasta el punto de estar tentados de culpar al sembrador del crecimiento de la mala semilla. Es la clásica objeción que se ha esgrimido tantas veces contra Dios: si el Creador hizo todo de la nada y lo hizo bueno, y muy bueno (cf. Gen 1, 31), ¿cómo explicar la presencia del mal en el mundo? O Dios quiere eliminar el mal y no puede, y entonces no es todopoderoso, o puede y no quiere, y entonces no es bueno; en los dos casos parece que no se puede aceptar la existencia de Dios.
En la parábola de Jesús, pese a su aparente simplicidad, existen indicaciones muy profundas para entender la respuesta a estas graves objeciones. En primer lugar, Dios no ha creado un mundo totalmente acabado, sino sometido a la ley del crecimiento: ha sembrado buenas semillas que deben dar buenos frutos. Pero para que ese proceso llegue a buen puerto es necesaria nuestra colaboración. Dios nos ha confiado parte de esta tarea, y nos ha dado libertad y autonomía para realizarla responsablemente. Esto significa que, aunque es verdad que todo lo que Dios ha creado es bueno, esa bondad está llamada a crecer y perfeccionarse. Y esto, que se cumple en todo el mundo, es especialmente patente en el hombre. Precisamente porque ha recibido la semilla de la razón y la libertad, el hombre es responsable del mundo que Dios le ha confiado y, sobre todo, de sí mismo y de sus hermanos.
La semilla de la cizaña fue sembrada mientras “la gente dormía”. Vivir responsablemente es vivir en vela, con los ojos abiertos, sin abdicar de esa responsabilidad. Aquí dormir no significa simplemente descansar, sino desentenderse, vivir irresponsablemente, no asumir como se debe la propia libertad, abusar de ella. Es entonces cuando “el enemigo” aprovecha para sembrar la mala semilla. Es interesante subrayar que las buenas obras se siembran a plena luz, tienen un carácter sincero, abierto y sin tapujos, mientras que el mal se esconde, actúa a hurtadillas, tratando de cargar la responsabilidad sobre aquél que creó el bien y sembró la buena semilla. De ahí la pregunta de los criados, que bien podría ser un reflejo de las objeciones contra Dios de las que hablamos antes: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” Cuando el señor responde que lo ha hecho “el enemigo”, podemos entender a ese enemigo de muy diversas formas: puede ser el diablo, pero también nosotros mismos cuando nos dejamos llevar de nuestros intereses egoístas y desoímos la Palabra de Dios, y nos negamos a realizar la tarea a la que Dios nos ha llamado. El denominador común de ese enemigo sembrador de cizaña es la libertad personal. Así que la cuestión es que existen actitudes, formas de vida, opciones vitales que se hacen libremente enemigas de Dios y de su obra y que siembran el mal en el mismo campo en el que Dios ha depositado la buena semilla.
La respuesta sobre el origen del mal (que aquí sólo mencionamos de pasada) abre otra cuestión, que es la principal en el Evangelio de hoy: qué hacer ante la presencia del mal. La propuesta de los criados es una tentación permanente que se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia y que ha producido no pocos destrozos y sufrimientos: ir y arrancar la cizaña que ha empezado a despuntar junto con el trigo. No debemos entender la respuesta del dueño del campo como una llamada a la pasividad, como si ante la presencia del mal debiéramos simplemente no hacer nada, dejándolo campar por sus respetos, sin defendernos de él ni tratar de que triunfe la justicia. Son muchas las palabras de Jesús en el Evangelio las que nos hablan de una actitud comprometida con la causa del bien, de una resistencia activa ante las fuerzas del mal, empezando por el que encontramos en nosotros mismos. Pero cuando Jesús nos dice que no hay que arrancar la cizaña, para no arrancar al mismo tiempo el trigo, nos está diciendo que en la lucha contra el mal no podemos caer en la tentación de usar las mismas armas de aquello que combatimos. Es la tentación de pensar que el fin (bueno) justifica los medios (malos), que la causa de la verdad se puede defender con la imposición violenta, la de la justicia, con el engaño, la de la paz, con la injusticia. Cuántas veces a lo largo de la historia se ha querido implantar el bien, la justicia, la libertad o la igualdad al precio de pasar por encima de los derechos y hasta la sangre de los inocentes; cuántas veces se ha querido acabar con el mal a base de “cortar por lo sano” y haciendo pagar a justos por pecadores. También en la historia de la Iglesia podemos encontrar por desgracia episodios de este tipo (tal vez menos de los que se dicen, pero siempre más de los que serían de desear). La tentación es tan fuerte, que hasta Jesús llegó a sentirla: “todo esto (todos los reinos del mundo) te daré, si te inclinas y me adoras” (Mt 4, 9; Lc 4, 7); es la tentación de servir al bien sirviéndose del mal, de extender el reino de la luz usando los métodos del reino de las tinieblas. Es claro que cuando esto sucede no sólo no eliminamos el mal (la cizaña), sino que destruimos los frutos de la buena semilla. Y los que se pretenden justicieros de esa manera, se convierten, a sabiendas o no, en “enemigos” que, queriendo arrancar la cizaña, en realidad están arrancando el trigo y sembrando semillas de futuras cizañas.
Es necesario combatir el mal, pero sólo con las armas del bien, y esto requiere la fe, la esperanza y la paciencia a la que Jesús nos llama en el Evangelio de hoy: renunciar absolutamente a la injusticia, al engaño, a todo abuso de poder, a toda contravención de los derechos ajenos, a toda violencia injustificada. Para actuar así tenemos que soportar una cierta porción de mal, que es, por cierto, el corazón de la verdadera tolerancia, pero sólo de esa manera evitamos contagiarnos del mal que queremos combatir. Además, de este modo imitamos la paciencia de Dios con el tiempo de la historia, el tiempo en el que los hombres estamos llamados a cuidar y hacer crecer la buena semilla sembrada por Dios; e imitamos a Jesucristo, que echó las semillas del Reino sin imposiciones ni violencia, sin ceder a la tentación (en el fondo absurda, pero que nos acosa sin cesar) de ganar el mundo para Dios inclinándose ante el diablo. En él la paciencia de Dios se ha convertido en pasión, en padecimiento: el precio de la cruz, que Jesús asumió por no ceder a las insidias del diablo.
Que todo esto no tiene nada que ver con la pasividad que baja las manos ante los embates del mal se ve en la gran posibilidad que siempre tenemos frente a ese poder oscuro, de la que nos habla tan hermosamente la primera lectura: la posibilidad del perdón. La omnipotencia creadora de Dios no tiene nada que ver con la capacidad de destrucción, sino que se manifiesta en el perdón, la indulgencia, la paciencia. “El justo debe ser humano”: el Justo y fuente de toda justicia se ha hecho humano en Jesucristo, y en él, que ha cargado sobre sí los pecados del mundo, vemos cómo Dios, ante el pecado y el mal, nos da lugar al arrepentimiento, nos ofrece su perdón. También nosotros, discípulos de Jesús, debemos combatir el mal, no siendo prontos a condenar y arrancar, sino ofreciendo la fuerza divina y creadora del perdón. Dios cree en nosotros, cree que podemos cambiar; Dios no se cansa de esperar en nosotros, tiene la esperanza de nuestra conversión. ¿No deberíamos nosotros, que decimos creer y esperar en Dios, creer y esperar también en nuestros hermanos, también en nosotros mismos? Cuando lo hacemos, tal vez tengamos que soportar con paciencia una cierta dosis de cizaña, pero estaremos sembrando la buena semilla del trigo que Dios arrojó a nuestro mundo con la esperanza de encontrar buena tierra.
Si a veces nos cuesta entender el misterio del mal y la forma en que Dios reacciona ante él, podemos recordar que nuestras debilidades también afectan a nuestra mente y que siempre podemos pedir que el Espíritu venga en ayuda de esta debilidad nuestra; que él, que escudriña los corazones, nos dé la capacidad no sólo de entender, sino también de vivir conforme a la lógica de la paciencia y del perdón de Dios.
Liturgia Viva
DOMINGO 16 EN TIEMPO ORDINARIO (Ciclo A)
1. Debe Haber Tiempo para Sanar
2. Paciencia con las Malas Hierbas
Saludo
La paciencia de Dios nuestro Padre,
el amor de nuestro Señor Jesucristo
y la fuerza del Espíritu Santo
esté siempre con ustedes.
Introducción por el Celebrante (Dos Opciones)
1. Debe Haber Tiempo para Sanar
Todos deseamos ver un mundo sin maldad, una Iglesia sin faltas. Ver que la Iglesia real y el mundo real son imperfectos y están en pecado nos impacienta. Jesús nos recuerda hoy: Tengan paciencia, porque Dios mismo es paciente con la Iglesia y con el mundo, y también con nosotros. No olvidemos esto. Él nos ofrece tiempo para cambiar. – Pidamos a Jesús en esta eucaristía que comencemos el cambio del mundo y de la Iglesia con nuestra propia conversión.
2.Paciencia con Las Malas Hierbas
Te sientes sorprendido felizmente cuando, después de un disparate o una ofensa de tu parte, la persona ofendida lo toma con paciencia y te da nuevas oportunidades. Así actúa Dios con nosotros. Él sigue creyendo en nosotros. Esa es también la forma cómo quiere Dios que nos tratemos unos a otros. Como él, nosotros deberíamos ser plenamente conscientes de que la gente no es ni enteramente buena ni completamente mala, y que por lo tanto deberíamos ser pacientes, perdonando, confiando y dando tiempo para sanar. Demos gracias a nuestro Dios por su paciencia, y pidámosle que nos haga un poco como él es.
ACTO PENITENCIAL
Ahora pedimos al Señor que nos perdone
porque no aprovechamos las oportunidades que él nos dio
para ser mejores y para actuar mejor.
(Pausa)
Señor Jesús, danos valor para cambiar
lo que se puede cambiar.
R/. Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo Jesús, danos paciencia para aceptar
lo que todavía no se puede cambiar.
R/. Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, danos la sabiduría de tu amable paciencia.
R/. Señor, ten piedad de nosotros.
Ten misericordia de nosotros, Señor, y perdónanos el mal que hemos hecho.
Danos la gracia de tener paciencia con nosotros mismos y con los otros,
y llévanos a la vida eterna.
Oración Colecta
Oremos a nuestro bondadoso Dios
que es paciente y lleno de compasión.
(Pausa)
Oh Dios paciente y misericordioso:
Tú ves bien que tu sol salga
para los buenos y para los malos,
y que la lluvia caiga igualmente
para los justos y para los malvados.
Gracias por tu paciencia y tu confianza.
Cambia nuestros corazones,
danos tiempo para crecer y madurar
como discípulos de Jesús, tu Hijo,
y dispón nuestros corazones
para aceptar a todos
con tu mismo amor y confianza incansables.
Haz esto como la forma cómo tu reino crece entre nosotros.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Primera Lectura (Sab 12,13.16-19): Dios es Paciente
El poder de Dios no aplasta u oprime, ni siquiera al pecador. Muestra su fuerza por su paciencia y misericordia. Ya que Dios nos da tiempo para cambiar y convertirnos, nosotros también debemos ser tolerantes unos con otros.
Segunda Lectura (Rom 8,26-27): El Espíritu Santo Nos Ayuda en Nuestras Debilidades
Nuestra vida cristiana es imperfecta, pero Dios sabe lo que hay en nuestros corazones; él nos dará el Espíritu Santo para que ore en nosotros y para darnos fortaleza y esperanza.
Evangelio (Mt 13,24-43): Déjalo para Dios el Separar los Buenos de los Malos
La parábola del trigo y las malas hierbas ilustra cómo Dios es paciente con una Iglesia imperfecta y con gente débil. No todos en la Iglesia están buscando el reino de Dios. Pero Dios nos da la oportunidad de convertirnos y de crecer.
Oración de los Fieles
Nosotros no sabemos cómo orar propiamente. Que el Espíritu Santo exprese nuestra súplica por el bien de la Iglesia y de todo el mundo. Y digamos: R/. Señor, guárdanos en tu amor.
1. Nosotros no sabemos cómo ser pacientes propiamente. Que el Espíritu Santo nos guarde de juzgar severamente a hermanos que hayan cometido errores, incluso a los que nos hayan herido, roguemos al Señor:
2. No sabemos cómo perdonar propiamente. Que el Espíritu Santo nos dé la fortaleza de dar el primer paso buscando reconciliación, roguemos al Señor.
3. Nosotros no sabemos cómo esperar propiamente. Que el Espíritu Santo nos colme con confianza en el futuro de la Iglesia y de nuestro país, roguemos al Señor.
4. No sabemos cómo administrar justicia propiamente. Que el Espíritu Santo nos haga conscientes de los derechos de las personas, y nos disponga a darles lo que les es debido y más todavía, roguemos al Señor.
5.Nosotros no sabemos cómo amar propiamente. Que el Espíritu Santo conceda a nuestras comunidades la unidad, aceptación y sentido de pertenencia, roguemos al Señor.
Oh Padre de bondad, danos la gracia de que el Espíritu Santo nos prepare con alegría para el día en que coseches las semillas que tú has sembrado entre nosotros, por Jesucristo nuestro Señor.
Oración de Ofertorio
Señor Dios nuestro, Padre misericordioso:
Tu Hijo Jesucristo invita a su mesa
indistintamente a los débiles junto con los fuertes,
a los soberbios junto con los humildes.
Ojalá que, encontrando a Jesús,
los débiles se vuelvan más fuertes,
y los buenos mejores,
y que todos lleguemos a ser
afables, dadores de perdón
y tolerantes unos con otros,
como tú has sido siempre
bueno y paciente con nosotros
por medio de Jesucristo, nuestro Señor.
Introducción a la Plegaria Eucarística
Por medio de Jesús y con él ofrecemos esta eucaristía a nuestro Padre, paciente y cariñoso, y le damos gracias por su misericordia.
Introducción al Padrenuestro
Nosotros no sabemos orar como debiéramos,
pero el Espíritu Santo nos ayuda
a orar bien a nuestro Padre del cielo
con las mismas palabras de Jesús.
R/. Padre nuestro…
Líbranos, Señor
Líbranos, Señor, de todos los males,
sobre todo del pecado,
el mayor de todos los males.
Guárdanos libres de juzgar y condenar ,
porque quiénes somos nosotros para juzgar a otros
si nosotros mismos tenemos que pedirte
que seas paciente e indulgente con nosotros.
Ayúdanos a aceptarnos y a apreciarnos unos a otros
y a preparar juntos con alegría y esperanza
la plena venida entre nosotros
de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
R/. Tuyo es el reino…
Invitación a la Comunión
Éste es Jesucristo, el Señor,
que siembra en nuestros corazones
la buena semilla de su mensaje.
Dichosos nosotros de escucharle
y de recibirle como nuestro pan de vida.
R/. Señor, no soy digno…
Oración después de la Comunión
Señor Dios nuestro:
Tú revelas tu fuerza
siendo indulgente con el débil.
Hemos recibido a tu Hijo Jesucristo
en esta celebración eucarística.
Cólmanos con el poder de su Espíritu,
para que sepamos alentar más que condenar,
que seamos constructivos más que hostiles,
que nos aceptemos unos a otros más que nos rechacemos,
que sepamos trabajar juntos más que sólo criticar.
De este modo ojalá logremos ser más tu pueblo
en medio del cual viva Jesús,
nuestro Señor por los siglos de los siglos.
Bendición
Hermanos: Para gente que tiende a clasificar fácilmente a otros;
más conforme a sus malos rasgos que a sus cualidades,
¡que bueno haber estado aquí con el Señor!
Él es paciente con nosotros,
nos perdona, ve lo bueno en nosotros
y nos da tiempo para sanar.
De él aprendemos a ser pacientes con otros.
Así pues, practiquemos la paciencia, con la ayuda del Señor.
Para ello, que la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo
descienda sobre nosotros y nos acompañe siempre.