23 de mayo de 2010

Domingo de Pentecostés - Termina el Tiempo Pascual. Ciclo C.

Misa y reflexiones

PRIMERA LECTURA
Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar 

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al Regar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: - «¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.»
Palabra de Dios.



Salmo responsorial Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34 

R. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas. R. 
Les retiras el aliento, y expiran y vuelven a ser polvo; envías tu aliento, y los creas, y repueblas la faz de la tierra. R. 
Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor. R.

SEGUNDA LECTURA
Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13
Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.
Palabra de Dios.



SECUENCIA
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequia, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.

EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: - «Paz a vosotros.» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: - «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: - «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Palabra del Señor.

Archidiócesis de Madrid.-

HOMILÍA DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS (CICLO C)

1. En esta solemnidad de Pentecostés la Iglesia está celebrando el comienzo de su misión evangelizadora. Celebra el momento en el que, dejando atrás los miedos y los temores, salió a las calles y a las plazas para anunciar la buena noticia de la Salvación.

2. Ahora bien, ¿qué fue lo que empujó a la Iglesia a lanzarse públicamente a anunciar el mensaje del Evangelio? ¿Qué es lo que la despojó de todos esos miedos y cobardías que la paralizaban para llevar a cabo la misión que Cristo le había encomendado?

3. Sin duda alguna, lo que los impulsó y los transformó fue la fuerza del Espíritu Santo que inundó el corazón de los Apóstoles y de los discípulos que se hallaban reunidos en oración siguiendo el mandato que Jesús les había dado antes de subir al cielo.

4. El Espíritu Santo llevó a cabo en todos ellos un cambio radical. Todas sus miserias y debilidades humanas se vieron superadas por la acción del Espíritu Santo en cada uno de ellos. Eran en realidad personas nuevas. Estaban animadas por un nuevo espíritu.

5. Lo más importante que estamos celebrando hoy, no es solamente el hecho de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Lo que esta solemnidad nos quiere recordar es que esta presencia y esta acción del Espíritu Santo no es algo que solamente se haya dado en Pentecostés; no es algo que pertenezca al pasado.

6. Esta acción del Espíritu de Dios es algo que se ha ido dando constantemente a lo largo de la historia y que se quiere hacer realidad también ahora, en nuestros tiempos. Porque hoy, la Iglesia sigue teniendo la misma misión que tuvo en sus primeros tiempos.

7. La Misión de la Iglesia es la misión que Cristo le encomendó cuando, antes de subir al Cielo, les dijo: « Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. »

8. La Iglesia tiene como campo de misión el mundo entero. Está llamada a invitar a toda la humanidad, de todos los tiempos y lugares a participar de la vida divina que Dios nos comunicó a través de su Hijo Jesucristo. Toda la humanidad está llamada a incorporarse a Cristo para participar de su vida divina.

9. Por esta razón, todos nosotros necesitamos recibir hoy la fuerza renovadora del Espíritu Santo para que dejando atrás todas nuestras debilidades y cobardías, tomemos en serio la misión evangelizadora que Cristo nos encomendó.

10. Podríamos decir que lo que el Espíritu Santo realizó en los discípulos lo quiere realizar hoy en cada uno de nosotros. Se trata de una obra que tiene cuatro aspectos fundamentales.

11. En primer lugar, el Espíritu Santo quiere realizar en nosotros una obra liberadora. Para poder llevar a cabo la obra de Cristo tenemos que ser primeramente libres. Libres del pecado que nos ata y que no nos deja vivir nuestra vocación evangelizadora.

12. También necesitamos ser libres de nuestros miedos y de nuestros temores. Los discípulos estaban encerrados porque estaban llenos de miedo. Cierto, estaban en oración, pero en el fondo estaban temerosos de enfrentarse a un mundo contrario a Cristo y a su Palabra.

13. Tenemos que vernos libres de nuestras debilidades y miserias. Nuestro carácter, nuestros egoísmos, nuestras ambiciones, nuestros rencores y nuestras envidias son los que no nos dejan proclamar el Reino de Dios. Solamente cuando somos liberados de todo esto que nos amarra es cuando podemos anunciar con valentía la Palabra de Cristo.

14. Muchos cristianos hoy día no proclaman su Fe, no porque sean malos o porque no amen a Cristo. Sino simplemente porque están esclavizados a muchas cosas que no los dejan llevar a cabo la misión que Cristo les ha encomendado.

15. Pues para esto viene el Espíritu Santo: para romper todas estas cadenas que no nos dejan vivir en serio nuestra vocación cristiana. Eso fue lo que hizo con los discípulos. Por eso ellos salieron valientemente a las plazas a anunciar el Reino de Dios.

16. Y esto es lo que quiere hacer con cada uno de nosotros para que también seamos mensajeros del Evangelio en todos los lugares en donde se desarrolla la vida humana.

17. En segundo lugar, el Espíritu Santo viene a nosotros para infundirnos el espíritu de Oración, ya que la oración es fundamental en la vida de todo cristiano. Es en ella, en donde al encontramos cara a cara con Dios, en donde lo conocemos, lo experimentamos, escuchamos su Palabra, para poder luego darla a conocer.

18. La Evangelización, fundamentalmente, no es dar a conocer una serie de doctrinas y enseñanzas. No es comunicar una ciencia. La Evangelización es compartir con los demás nuestra experiencia de Dios.

19. Pero ¿cómo vamos a compartir esta experiencia si no la hemos tenido? Por eso, la oración es el camino nos lleva a vivir un encuentro íntimo, amistoso y profundo con Cristo, con el Padre y con el Espíritu Santo.

20. Cuando el Espíritu Santo nos enseña a orar, nos está enseñando el secreto del apostolado. Cuando la oración es auténtica, nos empuja y nos mueve a la proclamación de Cristo y de su Palabra.

21. Si nosotros los cristianos viviéramos una vida de oración, sentiríamos el mismo fuego que sentía en su pecho el profeta Jeremías. El quería callar la Palabra, pero esta Palabra era como un fuego que quemaba su interior y que tenía que salir de él para ir a incendiar los corazones de las personas que lo rodeaban.

22. En tercer lugar, el Espíritu Santo viene sobre nosotros a santificarnos. Todos estamos llamados a ser santos. Santos porque somos imágenes vivas de Dios. Santos porque estamos incorporados a Cristo y formamos con Él un solo cuerpo. Santos porque somos templos vivos del Espíritu Santo.

23. La santidad consiste en ser transparencias de Dios. Dejar que Dios se manifieste a través de cada uno de nosotros. La santidad nos convierte en algo semejante a aquellos vasos que están llenos de agua hirviendo. Cuando los tocamos, nos queman. Y es porque irradian el calor que llevan dentro.

24. Una persona santa es aquella que irradia el amor y la misericordia que lleva en su corazón. Y no hace falta que haga cosas raras o especiales. Ese calor de Dios que lleva dentro es el que sale en sus acciones de cada día.

25. Y es precisamente, a través de estas obras, como nosotros vamos a ir anunciando el mensaje de Cristo. Nuestras obras son la mejor predicación que nosotros podemos hacer. Las palabras pueden ser desmentidas o rechazadas. Pero las obras siempre permanecen.

26. El Espíritu Santo nos hace santos para que nosotros irradiemos esta santidad y nos convirtamos en fuentes vivas en las que todos puedan ir a beber las aguas puras del Evangelio.

27. Y finalmente, el Espíritu Santo viene a abrir nuestro corazón a los demás. Ante un mundo que se caracteriza por el egoísmo y el encerrarse de las personas en sí mismas, el Espíritu Santo viene a abrir nuestro corazón a las necesidades de los demás. Nos hace sentir como propias las necesidades de nuestro prójimo.

28. San Pablo, hablando de sus actividades apostólicas nos decía en su 2ª. Carta a los Corintios: «Tengo, aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias. ¿Quién desfallece sin que yo desfallezca? ¿Quién cae sin que a mí me de fiebre?».

29. San Pablo, pues, no se interesaba solamente por lo que a él le correspondía, sino que se interesaba también por todas las necesidades y sufrimientos de su prójimo. Y esto lo hacía, porque el Espíritu Santo le llevó a abrir su corazón a los demás.

30. Nosotros, como Iglesia, podemos transformar al mundo, si con la fuerza del Espíritu aprendemos a salir de nosotros mismos y a buscar el bien de los demás. El Espíritu misionero solamente puede surgir cuando nosotros empezamos a pensar en los demás.

31. Y ya sabemos que la Iglesia es misionera por vocación. Por eso, para cumplir con la misión que Cristo nos ha encomendado, es por lo que Él ha querido enviarnos desde el Padre al Espíritu Santo que nos había prometido.

32. Abramos nuestro corazón y nuestro espíritu a su acción. Dejemos abiertas las puertas de nuestras almas para que el Espíritu Santo pueda entrar hasta nosotros y pueda transformarnos desde lo más profundo.

33. Pidámosle que nos libere, que nos dé espíritu de oración, que nos santifique y que nos abra a las necesidades de los demás. Que llenos de Él, sin miedo y sin temores, anunciemos, en el lugar en donde Dios nos ha puesto, la buena nueva del Evangelio.

Oración de los fieles
Sacerdote: Envíanos, Padre, el Espíritu Santo para que reparta sobre el mundo sus siete dones y nos lleve a la unidad en tu Hijo Jesucristo. Confiados en tu misericordia, te presentamos nuestras intenciones.
---------------------------
Sacerdote: Padre, te pedimos que nunca nos falte la fuerza de tu Espíritu y haznos dóciles para seguir fielmente sus inspiraciones. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
 Homilía desde Guatemala por Monseñor Rodolfo Colominas Arango.