10 de abril de 2011

Domingo 5º de Cuaresma - Ciclo A

Lecturas

Domingo 10 de Abril del 2011
Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (37,12-14):

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.


Palabra de Dios
Salmo
Sal 129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8

R/.
Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa


Desde lo hondo a ti grito, Señor;

Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor,

¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.

Mi alma espera en el Señor,

espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.

Porque del Señor viene la misericordia,

la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,8-11):

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.


Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45):

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»

Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor

Comentario al Evangelio del Domingo 10 de Abril del 2011

Fernando Torres Pérez cmf
 
 

Creemos en el Dios de la Vida

 

 
 
      ¿Quién no ha experimentado la muerte? Como pascua personal a todos nos tocará en un momento u otro. Pero como experiencia ajena, todos la hemos sentido. Cercana o lejana. En un familiar o un amigo. En los desastres naturales o las guerras que nos traen todos los días los medios de comunicación. La muerte como realidad que nos pilla de improviso, de sopetón o como proceso lento que nos afecta a nosotros mismos cuando vemos que los años o la enfermedad nos van acortando las fuerzas y limitando la vida. 
      La muerte está ahí. Siempre presente. Por mucho que nuestra cultura nos haga vivir la ilusión del ser siempre jóvenes, fuertes y guapos. Por mucho que nos empeñemos en cuidar la salud a base de una buena alimentación, de hacer deporte y de seguir todos los consejos que los médicos puedan imaginar. 
      Todo es por agarrarnos a la vida. A esta vida, que nos parece que es lo único que tenemos. Aunque notemos que, como la arena de la playa, se nos escapa de entre los dedos de la mano sin que podamos hacer nada ni sepamos a ciencia cierta cuánta arena nos queda entre los dedos. Recuerdo ahora el chiste del sacerdote que atiende a un moribundo con palabras de consuelo: “Mira, hijo, tienes que tener confianza porque vas a ir a la casa del Padre.” Y el moribundo le responde: “Dirá usted lo que quiera, pero como en la casa de uno en ningún sitio.” Es un chiste pero refleja muy bien ese apego a la vida que todos tenemos. No podía ser de otra manera porque es el mayor don que tenemos y los creyentes estamos convencidos de que es un regalo que hemos recibido de Dios. 
 
Ante la muerte y la vida
      En Cuaresma, tiempo de encuentro con nuestra realidad más honda, no podía faltar un momento de hacer presente ante nuestros ojos la muerte y, por tanto, la vida. Y, como creyentes, poner esas realidades en relación con Dios, en presencia de Dios. 
      A eso nos invita el relato evangélico de este domingo. La resurrección de Lázaro nos pone de golpe frente a la muerte y vemos a Jesús reaccionar ante ella. Lo primero que hay que observar es a Jesús. Le vemos conmovido. Le vemos llorar por la muerte de su amigo (tres veces se dice en el texto que Jesús llora). 
      Pero vemos también que Jesús tiene puesta su confianza en el Padre. Y que esa confianza va más allá de los límites que a nosotros nos parecen insalvables. El amigo ha muerto. Jesús siente el dolor en toda su crudeza. Pero ese dolor no le paraliza. No cede ante la oscuridad que supone la muerte. El evangelista pone en boca de Jesús una frase que tendríamos que repetir muchas veces porque centra nuestra vida creyente: “Yo soy la resurrección y la vida.” No hay datos científicos. Nada se puede comprobar empíricamente. Es una afirmación de fe y en fe. Dios es el creador de la vida y no va a dejar que sus criaturas se disuelvan en la nada. Que Dios es así no depende de que nosotros creamos o no. Es así. Y basta. Pero si creemos en ello, entonces vamos a vivir nuestra vida y nuestra muerte y la muerte ajena desde una perspectiva diferente. Como dice la primera lectura, Dios nos infundirá su espíritu y viviremos. Nos sacará de nuestros sepulcros y nos llevará a la tierra de promisión. 
 
Comprometidos con la vida de todos
      Todavía estamos aquí, ciertamente. Todavía estamos envueltos por la muerte, que amenaza continuamente nuestras vidas. Pero la fe nos hace mirar más allá, nos ofrece una perspectiva más amplia. Nos hace vivir en la confianza y en la esperanza. Al relacionarnos con la vida, en todas sus formas, sabemos que no está llamada a disolverse, a desaparecer, sino a llegar a su plenitud en Dios. 
      Decir esto, creer esto, no nos puede dejar en una situación de pasividad. Nos sentiremos comprometidos a cuidar la vida, a defenderla, a promoverla, a devolverla su dignidad allá donde se haya perdido. Recordemos a la madre Teresa de Calcuta cuando abrió aquella casa para acoger a los moribundos que estaban tirados por las calles. No pretendía devolverles la vida pero sí que murieran con la dignidad que merece una persona, un hijo de Dios. 
      Desde esta perspectiva, creer en el Dios de la Vida nos llevará a defender la justicia, a promover la fraternidad, a amar a los que nos rodean, a cuidarnos unos a otros, porque todos somos don de Dios. En nosotros vive hoy el Espíritu de Dios (segunda lectura). Él nos vivifica  y nos hace compartir esa vida con todos. No hay enfermedad que acabe con la muerte. Para Dios no hay ningún caso perdido. La casa de Dios es mi casa, nuestra casa, la verdadera casa y la verdadera familia a la que estamos llamados a pertenecer. En tanto que estamos aquí, de paso, estamos comprometidos a caminar juntos, a no perder a nadie. Porque todos somos familia de Dios. Y a todos nos espera Dios en la meta. 

Liturgia Viva Domingo 5º de Cuaresma - Ciclo A

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (Ciclo A)

Yo Soy la Resurrección y la Vida

Saludo
(Ver Segunda Lectura)
Que el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos
esté vivo en nosotros.
Que vivamos ahora en plenitud la vida de Jesús,
para que podamos resucitar en el último día.
Que Jesús, el Señor de la vida,
esté siempre con ustedes.

Introducción por el Celebrante

¿Cómo pueden responder algunos cristianos, en encuestas, que no creen en la resurrección de Jesús? La resurrección es central para un creyente. --- La liturgia de hoy es una fuerte afirmación de nuestra fe en la resurrección, no sólo la de Jesús, sino también la nuestra propia. Jesús resucitó a Lázaro de entre los muertos; Jesús mismo resucitó de la muerte a la vida. --- Nuestra vida de resucitados comenzó en nuestro bautismo, y esta vida eterna tiene que crecer y seguir resucitando hasta después de nuestra muerte. Dios nos resucita. Jesús nos pregunta hoy: ¿Crees esto? Y nosotros respondemos con Marta: “Sí, Señor, yo creo”. Que esta eucaristía en la que vamos a participar sea el alimento de esa vida en nosotros.

Acto Penitencial

No dejamos crecer la vida en nosotros cuando la echamos a perder por el pecado y la indiferencia.
Pidamos al Señor de la vida que nos perdone.
(Pausa)

Señor Jesús, resurrección y vida nuestra,perdona nuestra fe vacilante y débil
y nuestra esperanza tímida y titubeante.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.

Cristo Jesús, Hijo del Dios Viviente, perdónanos porque, desde que recibimos el bautismo, nuestra vida ha crecido tan poco en nosotros.

R/ Cristo, ten piedad de nosotros.

Señor Jesús, alimento de nuestra vida,perdónanos porque no hemos dejado

que la eucaristía nos levantara
del la tumba del pecado.
R/ Señor, ten piedad de nosotros.

Sé misericordioso con nosotros, Señor, y perdona todos nuestros pecados.
Danos la gracia de vivir aquí tu vida al máximo, para que alcance su plenitud en la vida eterna.

Oración Colecta


Oremos para que podamos vivir
la vida resucitada de Jesús, nuestro Señor.
(Pausa)
Oh Dios de vida:
Tú quieres que vivamos y seamos felices.
Tu Hijo Jesús nos asegura:
“Yo soy la resurrección y la vida”.
No permitas que tu vida muera en nosotros.
Haz que salgamos de nuestras tumbas de pecado,
de nuestra mediocridad y de nuestros temores.
Que la vida triunfe en nosotros,
aun en nuestras pruebas e incertidumbres,
y haz que nuestra esperanza sea contagiosa para otros.
Gracias, porque tú nos has destinado para la vida sin fin
por medio del primer nacido de entre los muertos,
Jesucristo nuestro Señor.

Primera Lectura
(Ez 37,12-14): Dios es la Vida de su Pueblo
A su pueblo desalentado, exiliado en un país extranjero, Dios le anuncia por medio del profeta: “Quiero que ustedes vivan. Les llevaré de vuelta a la tierra de la promesa y les daré mi espíritu de vida y fortaleza.

Segunda Lectura
(Rom 8,8-11): El Espíritu Santo Nos Da la Vida de Dios
Los cristianos no se escapan de la realidad de su naturaleza humana, del mal y del sufrimiento. Sin embargo, no capitulan ni se rinden a la muerte del pecado. Por medio del Espíritu Santo que vive en ellos, son llamados a participar de la vida eterna de Dios.

Evangelio
(Jn 11,1-45): “¡Lázaro, Sal Afuera!”
Jesús es la resurrección y la vida. Como resucitó a Lázaro de entre los muertos, así nos hace participar ahora en su vida resucitada y nos resucitará en el día del juicio. Es nuestra tarea también llevar a los hermanos a la plenitud de vida.


Oración de los Fieles

“Señor, si tú hubieras estado aquí”, dijo Marta, “mi hermano no habría muerto”. Señor, haznos conscientes de tu presencia y de tu llamado a vivir tu vida, mientras te pedimos: R/ Hijo del Dios vivo, danos vida.

  1. Señor da nueva vida a tu Iglesia y dale valor, para que nazca una Iglesia mejor a través de los difíciles dolores del cambio y la renovación, y así te pedimos: R/ Hijo del Dios vivo, danos vida.
  2. Señor, derrama tu vida de manera rica y profunda en los adultos y en los niños que se preparan para el bautismo, para que vivan muy cerca de ti, y así te pedimos: R/ Hijo del Dios vivo, danos vida.
  3. Señor, sostiene a los ancianos y a los moribundos en la esperanza de que resucitarán contigo, para que se confíen a ti con toda serenidad y con fe profunda, y así te pedimos:R/ Hijo del Dios vivo, danos vida.
  4. Señor, sigue inspirando, con el valor y la dignidad de la vida,a los que sufren, a las víctimas de la injusticia y de la desgracia, para que no se desalienten ni se rindan ante las dificultades de la misma vida, y así te pedimos: R/ Hijo del Dios vivo, danos vida.
  5. Señor, mira con amor a nuestra comunidad cristiana. Haz que apreciemos la vida como un don y una tarea, de forma que podamos usar todos nuestros talentos para enriquecerla y perfeccionarla en beneficio nuestro y de los demás, y así te pedimos: R/ Hijo del Dios vivo, danos vida.
Señor Jesús, álzanos por encima de nuestra mezquina autosuficiencia hacia una esperanza más fuerte que la muerte. Quédate con nosotros ahora y por los siglos de los siglos.


Oración sobre las Ofrendas


Oh Dios y Padre nuestro:
Tu Hijo Jesús ha dado sentido a la muerte
además de a la vida.
En su propio cuerpo
experimentó nuestros sufrimientos
junto con nuestras alegrías
y murió nuestra misma muerte
como una ofrenda a ti y a nosotros.
Al unirnos a él en su sacrificio,
ayúdanos a cargar con él
las cargas de nuestros hermanos,
para que con él y contigo
vivamos para siempre,
por los siglos de los siglos.

Introducción a la Plegaria Eucarística

Unámonos a la oración de acción de gracias de Jesús al Padre, el Dios de Vida, por su bondad y con la esperanza de la resurrección.

Introducción al Padrenuestro


Con confianza y esperanza
nos dirigimos al Padre de toda vida
con la oración de Jesús nuestro Señor.
R/ Padre nuestro…

Líbranos, Señor


Líbranos, Señor, de todos los males,
y que la paz que te pedimos
no sea una paz culpable
por complicidad con las injusticias de este mundo.
Que sea una paz liberadora
que no pueda encontrar descanso
hasta que todos nuestros hermanos y hermanas
sean libres con la libertad que tú nos has traído
por medio de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
R/ Tuyo es el reino…

Invitación a la Comunión
(Cfr. Jn 9,11)
Éste es Jesucristo, el Señor
que nos dice:
“Yo soy el pan de vida.
Todos los que coman mi carne y beban mi sangre
tienen vida eterna.
Ellos viven en mí y yo en ellos,
y les resucitaré en el último día”.
R/ Señor, no soy digno…

Oración después de la Comunión

Oh Dios de todo lo viviente:
Por tu Hijo Jesús nos hemos cerciorado en esta eucaristía
de que él es la resurrección y la vida
y de que, si creemos en él,
tenemos ahora ya vida eterna.
Que su carne y su sangre nutran esta vida en nosotros
y que la hagan crecer día tras día
para que vivamos su vida hasta el extremo
y, con él y como él, la convirtamos en un don
para animar las vidas de los hermanos.
Que él nos conduzca a tu vida de alegría eterna.
Te lo pedimos en el nombre de Jesús el Señor.

Bendición

Hermanos:
Dios nuestro Padre quiere que vivamos. Aceptemos de él la vida con gratitud como un don y una misión.
R/ Amén.
Nuestro Señor Jesucristo murió por nosotros para que podamos vivir.
Que vivamos con él una vida digna de los hijos e hijas de Dios.
R/ Amén.
El Espíritu, dador de vida, nos inspira a seguir el camino de Cristo como personas que vivamos para los otros.
Que él nos haga siempre disponibles y abiertos a cualquiera que tenga necesidad.
R/ Amén.
Y que la bendición del Dios de la vida, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre nosotros nos guarde en su amor y permanezca para siempre.
R/ Amén.